Hace veinte años todavía pagábamos en pesetas. Un joven de ahora con esa edad siempre ha pagado en euros y creerá también que siempre se ha podido andar por calle Larios sin coches, que el Museo Picasso ha estado ahí siempre o que esta ciudad ha tenido también siempre tantos turistas. Ese adverbio temporal lo ha asumido la gente nueva de este siglo de tal forma que sería bueno de vez en cuando recordarles que esta Málaga y esta provincia que tenemos hoy no tiene mucho que ver con aquella de hace dos décadas. Basta echar una ojeada a las hemerotecas y ver como un testigo de excepción de aquel tiempo, como fue y sigue siendo La Opinión de Málaga, daba cuenta de una ciudad y un entorno provincial muy diferente y un poco más casposo.

Es costumbre de las nuevas generaciones no fijarse mucho de dónde venimos ni siquiera adónde vamos, sino más bien y a duras penas, donde estamos. En 1999, cuando se afinaban las campanas del mundo para anunciar el fin del milenio, esta ciudad estaba aún detenida en el tiempo, como si para ella no hubiera arrancado el reloj de la modernidad y se hubiera anclado en una especie de determinismo histórico que no la hacía destacar por encima de lugares como Torremolinos o Marbella, que eran los buques insignia del turismo en el mundo. En aquél año el botellón callejero y las escapadas a las discotecas de la Costa era la salida natural para aquellos jóvenes, hoy más que cuarentañeros.

Pero todo empezó a cambiar y con ese cambio llegaron también periódicos nuevos, como La Opinión de Málaga que nace en un momento en el que se leía más que ahora y en el que los periodistas también estaban mejor considerados que ahora. Era como abrir más ventanas para asomarnos a la transformación que se estaba produciendo no solo de la ciudad, no solo de la provincia, sino también hacia una sociedad más cosmopolita, más comprometida y, en muchas ocasiones, más solidaria. A eso han contribuido los medios de comunicación, como éste, reforzando los valores personales y sociales. Entonces, como digo, se leía más prensa, se consumía más información profesional y bien elaborada. Ahora se sigue haciendo la misma información, pero se consume menos, porque la generación digital o los «digitales nativos» prefieren otra información menos profesional, menos contrastada y con menos credibilidad: las redes sociales, a la que se suele confundir con el periodismo.

El escenario en el que ahora, veinte años después, se parten el pecho periódicos como este es, como se ve, radicalmente distinto. Esta sociedad moderna que ha evolucionado hacia una información de factura incierta y anómala, ha permitido que la manipulación se haya instalado en ella como un parásito casi invisible que hace imposible saber qué es verdad y qué es mentira. Y esto nos hace más vulnerables.

Todo esto ha influido también en el colectivo de periodistas, que es hoy por hoy uno de los más machacados por las nuevas maneras de informar. Nunca, como hoy ha habido tanto paro en la profesión y tanta precariedad en el empleo de los que tienen la suerte de trabajar. A los problemas estructurales de esta profesión, hoy más vilipendiada que nunca según datos del CSIC, se añaden ahora los coyunturales por una transición que no acaba de terminar nunca.

Por este periódico han pasado en estos veinte años excelentes compañeros y compañeras que han hecho posible otra voz, otra forma de entender la información, otra manera de opinar. Ellos y los que están ahora han contribuido también a ese cambio radical que ha experimentado esta ciudad y esta provincia. En veinte años han viajado hacia los nuevos tiempos que han hecho que vivamos en uno de los sitios más maravillosos del mundo. Desde estas páginas, los periodistas de La Opinión, quizá sin darse cuenta, han hecho también historia.

Enhorabuena, felicidades y a por los siguientes veinte.

*Rafael Salas es presidente de la Asociación de la Prensa y del Colegio de Periodistas en Málaga