Pocos conceptos tienen tanto derecho a defender su condición de genérico como el punto, esa minúscula representación gráfica que empezamos identificando con los párrafos, las dimensiones, las magnitudes... que termina abduciendo toda nuestra capacidad de razonamiento y de comunicación multidisciplinar. El punto contribuye mucho más a la comunicación que el perejil a los guisos.

La gastronomía, la medicina, la astronomía, la física, la arquitectura, la geografía, la estadística, la música... Pocas son las actividades que no cuentan con el punto como concepto básico de referencia. Los puntos de cruz, de sutura, de fusión, de cocción, de vista, de nieve; el punto filipino, el flaco o el de fuga, forman parte de nuestros razonamientos cotidianos. Vértigo me da al pensar la que se organizaría si a alguna de esas voluntades de reescribir las reglas gramaticales de género le diera el puntito de arremeter contra el punto, que tiene tanto que ver con la punta, como el pelo con la pela...

Dependiendo de la jerga de cada oficio, el punto toma su sentido. Así, en el mundo de la mar, por ejemplo, los puntos de escuadría, estima, longitud... tienen significados precisos. En gastronomía, los puntos de cocción y de nieve, expresan un estado. En arquitectura el punto es una figura geométrica carente de longitud, de área y de volumen que describe una posición en el espacio...

El puntito y el puntazo -el punto no siempre- frecuentemente tienen significados potentes, especialmente en lo abstracto, por ejemplo, el puntazo de memoria que me trajo Memé, que según mi teléfono se llama Paco, hace unas semanas, cuando, con tono sorpresivamente abrupto, de esos que habitualmente incluyen mirada torva y gesto adusto, me descerrajó por escrito: ¡se acabó la conversación! La inesperada desmesura y severa autoridad en el tono de sus pocas letras me empujó a revivir mi experiencia con un padre agustino que educaba al grito de «¡punto en boca!», seguido de un desmedido pescozón por el que una vez terminé con varios puntos de sutura en el labio. La letra, entonces, para algunos agustinos y no agustinos, era más letra cuando con sangre entraba. Ay...

Sépase que Memé, o sea, Paco según mi teléfono, ni por asomo tiene nada que ver con aquel despreciable padre agustino, sino que su puntazo obedeció a un malhadado automatismo que abrió tan vivamente un resquicio en mi memoria que, al leerlo, estuve a punto de lanzarme cuerpo a tierra, por si acaso...

La actividad turístico-profesional también es un compendio de puntos, puntitos y puntazos, unos brillantes, otros nefastos y algunos, si no lo remediamos antes, mortíferos a largo plazo. El que le escribe, amable leyente, que ya tonteaba con el Turismo cuando el Mar Muerto aún estaba enfermo, tiembla con cada cambio de guardia en la Consejería de Turismo, por cuanto que hasta ahora, irremediablemente, siempre ha perpetrado la misma temeridad gatopardista de no cambiar nada, sino de repetirlo todo, pero, eso sí, todo disfrazado de innovación deífica.

No nos engañemos, la actividad turístico-profesional no está cambiando, como algunos, cuando les da el puntito, propugnan. La realidad es que la actividad turístico-profesional ya ha cambiado y ha vuelto a cogernos en bragas. Y, nosotros, como acto reflejo, para no cambiar, otra vez hemos tenido el puntazo mentecato y tóxico de pretender huir hacia adelante, so pretexto de inexplicables constructos.

Desde la aseveración de que «escenario turístico» significa mucho más que oferta alojativa, al escenario turístico costasoleño tanto le sobra oferta «de la de siempre» como le falta oferta adaptada al escenario turístico actual-futuro, que, obviamente, significa una oferta distinta, y no la misma oferta maquillada.

A España y a la Costa del Sol le sobran estancias «de las de siempre» para acometer con garantías de éxito la ya ineludible sostenibilidad. Y la estrategia para avanzar no pasa por sentarnos a esperar que la suerte nos ayude, aun otra vez más. Por responsabilidad, estamos obligados a, por un lado, asumir la necesidad de esponjarnos, y, por otro, a abrir la mente a nuevas realidades, y actuar.

Que nuestro máximos responsables turísticos insistan con ahínco en el puntazo de «vamos a crecer», o es desconocimiento o es vesania en estado puro. La elusión lleva demasiado tiempo instalada en el devenir turístico de nuestro valetudinario destino y ya no es cuestión de puntos, de puntitos ni de puntazos, sino de consciencia turística responsable en carne viva.