Se ha vivo. Alcántara se ha muerto, pero se ha vivo hasta no poder más su recuerdo. Todo se ha quedado pendiente. Todo se ha consumado, pero no consumido aún del todo. La visita siempre pendiente. Porque hacía días que ya no se podía comer contigo, Manolo.

Comer contigo era siempre alucinante. Era comer con un él. Era comer contigo pero también con un señor al que, aunque empeñado en la incomprensible generosidad de ser tu amigo, no era fácil dejar de hablarle como al periodista de periodistas, al poeta laureado, al padre de inteligencia y brillantez vigilantes, al sabio bebedor, al tipo siempre en guardia por lo vivido, bien plantado ante la mesa, de dedos finos y aún fuertes de percutir las teclas de su irrenunciable máquina de escribir casi hasta el último de sus días, con los pies ya cansados pero sobre la lona del cuadrilátero de todos los días, y con el bigotillo cano y ya algo ralo a manera de escudo facial ante los puñetazos del tiempo que tan bien esquivaste.

La mar se nos ha muerto un poco a los malagueños cuando te has muerto, Alcántara. Aunque el mar no pueda morir según tus versos. Y a los amigos se nos ha quedado cara de recién levantados, como de querer seguir durmiendo y no saber. A pesar de saber que ya podía ser la hora, a todos se nos ha hecho demasiado temprano al mirarte en el reloj. Jamás se nos borrará la huella de tu pie descalzo en la arena de tu casa del Rincón de la Victoria y siempre nos quedará la pena del siguiente no almuerzo contigo.

Escucho a Maite Martín al cantarte, Al cantar a Manuel, sabiendo que estás en esos versos que llenan de columnas la bóveda de su garganta, ya inmortal, pero con la herida mortal de saber que ya no estás. Cuando la voz de Maite termina de cantar que ya está tu dolor en la memoria de nadie, el sonido de los chelos y los violines parecen llorar amenazando con inundar el altavoz de lágrimas por tu muerte infatigable.

Y ahora, acostumbrado a leerte sabiéndote a golpe de teléfono; cada verso tuyo ahora, cada columna diaria a la que tantos hemos vivido felizmente atados - «atados a la columna», quizá te habrías sonreído con esa figura retórica que procesiona por el artículo al haberte ido en Miércoles Santo, a pique de salir el tuyo de la Buena Muerte hoy, según la lluvia-, ahora que el cielo también te llora aunque el cielo no llore; ahora, nos queda brindar por haberte bebido.

Como nos queda seguir cultivando la amistad, regar la alegría y, por encima de todo y como nos ordenaste, intentar no aburrir nunca a nadie.

Y eso es todo€ Gracias, Manolo, por haber sido Alcántara.

Descansa en paz, catedrático en jazmines.

Y a la hora y en la hora de tu muerte, maestro, ningún Amén:

¡Salud!