La casa es un bullir. ¿Me acompañas a hacerme el capirote? ¿Ahora? Pero si salimos esta tarde, estás loco. Los hermanos discuten y, al final, acaban saliendo a buscar un cartón a la medida del antifaz. Como una tradición no escrita, esa pelea se produce cada Semana Santa. A la vuelta de esta labor, otro de los hermanos, el hombre de trono, se percata de que los cordones de sus zapatos, los que se puso para la boda de la Tía Pepi, están rotos€ otro paseo a la mercería. De camino trae guantes para todos, que no encuentro los del año pasado. Un clásico.

El padre, preparando el clásico plato de Semana Santa para antes de salir, un buen plato de pasta con atún. MasterChef Cofrade, se ríen sus hijos. La madre intenta, sin éxito, enseñar a sus jóvenes nazarenos a coger el bajo de las túnicas. Ya me podríais haber avisado de esto, me dijisteis que os quedaban bien en la hermandad y os sobra un cuarto. Es que íbamos con las superga de plataforma, yo qué sé, mamá. Y allí, puntada a puntada, la familia se grita, se pelea y se quiere. Se sacuden los nervios de la última hora.

Ese último momento de los cofrades, el de luchar contra las lágrimas, contra las malas contestaciones, los momentos de respirar hondo y abrazar fuerte. Los momentos en los que Dios pone en cada casa su dosis de familia. Túnicas en talla, la familia se da una última revisión.

Esa facha de camareros de terraza de verano con caché con uniforme: todos con su pantalón negro, su camisa blanca, zapatos de cordones y calcetín negro. Todos preparados. Cada uno agarra la bolsa con su túnica. Otro año, disfrutando de esos últimos momentos.