Me escriben algunos amigos tras leer una reciente columna mía en la que denunciaba la manipulación tóxica de ciertos medios de derechas de la capital que se leen y por tanto influyen en toda España.

Por cierto que a uno no deja de sorprenderle que sea muchas veces más fácil comprar en muchas ciudades de este país The Daily Telegraph o el Frankfurter Allgemeine Zeitung que, pongamos, La Vanguardia.

Eso ya significa mucho sobre la pervivencia de un centralismo que muchas veces nubla la vista sobre lo que ocurre en eso que un tanto despectivamente llamamos «la periferia».

Uno de los amigos motivados por mi columna, veterano periodista y atento observador de la actualidad política, me recuerda cómo calificaba el difunto líder nacionalista vasco Xabier Arzalluz a esa prensa madrileña : «La Brunete mediática».

Aunque añade que hay que denunciar también la constante manipulación de otros medios privados y públicos, y pone como ejemplo a la TV3 catalana. ¡Totalmente de acuerdo!

Otro amigo, profesor universitario, cree que buena parte de lo que hoy vemos- las cloacas del Ministerio del Interior, una judicatura capaz de indultar a titiriteros, un Estado de bienestar abortado- es fruto de «una transición sin ruptura que se nos vendió como éxito».

Una ex colega me comenta a su vez desde Londres que la derecha no puede escudarse ya en ETA, pero el separatismo catalán le viene ahora a nuestra tripartita derecha como perlas.

Y añade en tono sarcástico que no sabe ya si acabará pidiendo la nacionalidad británica: «Mejor ciudadana de una Gran Bretaña idiota (por el Brexit) que de una España en la que Vox forme parte de un futuro Gobierno».

Un historiador también amigo que acaba de pasar una larga temporada en Barcelona me escribe, en referencia a mi actual estancia en Alemania: «Envidio tu alejamiento tóxico del emponzoñado ambiente que respiramos y que sólo se me ocurre calificar de asqueroso».

Y añade: «El grado de posibilismo sin escrúpulos del PP y Ciudadanos (a Vox se le supone) no deja de sorprenderme pese a que llevamos tiempo asistiendo a este asalto al poder a costa de los principios básicos de una sociedad democrática e igualitaria».

Escucho estos días desde un Berlín primaveral la radio española y me entero con estupefacción de la enorme polémica que se ha montado sobre dónde y cuándo deben debatir los líderes de los principales partidos que concurren a las elecciones.

Escucho a Pablo Casado denunciar el control de un medio público como es nuestra RTVE y, sin dudar de lo que dice, no dejo de sorprenderme por el hecho de que esas críticas salgan de la boca del líder del partido que más descaradamente manipuló ese medio mientras ocupaba el Gobierno.

Es evidente en cualquier caso que las derechas tratan de poner al presidente del Gobierno contra las cuerdas con la ya insufrible matraca sobre Cataluña y ahora con la discusión, ésta ciertamente justificada, sobre el debate electoral.

La veracidad de los argumentos utilizados nada importa. Se trata de imponer eso que el lingüista estadounidense George Lakoff llamó «marco mental». Y obligar al adversario a tener que defenderse continuamente aunque no quiera. Porque no se habla de otra cosa. ¿Tendrá al final éxito esa estrategia?