Cuando queda ya poco más de un mes para que el Valencia CF se enfrente al FC Barcelona en Sevilla por el título de la Copa del Rey, la RFEF ha decidido cambiar el formato de esta competición, la más antigua de España y de la que es la organizadora. Parece una revolución aunque lo es a medias. A mí me gusta una Copa que sea un campo de batalla donde los pequeños puedan intentar descabalgar a los grandes, en una de esas noches épicas que solo las competiciones por eliminatorias directas tienen. La Federación ha vuelto al criterio de que se juegue cada una a partido único, lo que volverá a llenar estadios de los más chicos ante la visita de los de superior categoría.

Y es que se ha aprobado que, de nuevo, se juegue en el campo de la entidad de menor categoría, dándole una mejor posibilidad de clasificarse incluso ante ogros de mayor entidad. Esa es la salsa de la Copa, que me parecía descafeinada con una vuelta que, salvo enormes sorpresas, daba para que el grande se clasificara. Solo quedará a doble partido la semifinal, me imagino que a la espera de que queden grandes equipos y que sea la mejor manera de desparejarlos, aunque yo hubiera mantenido todo a un solo encuentro.

La otra novedad es abrir la competición a más equipos, con lo que serán, ya el año que viene, 128 los que se enfrenten, trayendo incluso a 18 de categoría regional. Esto no solo engrandece la Copa en número sino que la lleva a mayor número de sitios de España y obtendrá un mejor conocimiento y reconocimiento. Sin embargo, creo que nos hemos quedado cortos con esos 128 y me da mucha envidia la competición más antigua del mundo, la FA CUP, la copa inglesa, que desde la temporada 1871/1872 lleva por todos los campos un sabor único.

Son más de 700 equipos los que se inscriben, con la posibilidad de inscribirse hasta la décima división. También a partido único, y sin penalties, sino un nuevo partido en caso de empate en el primero. Sin embargo, la que de verdad me gusta es la Coupe de France, la francesa, a la que puede acudir e inscribirse cualquier equipo federado, lo que hace de ella, una joven nacida solo en 1917, ya que la nuestra es de 1903, la más competitiva. Son más de 7.000, sí, siete mil, clubes franceses, de todos sus rincones geográficos (y, ojo, los departamentos de ultramar también se inscriben) lo que deviene casi en una epopeya, donde clubes de quinta o sexta categoría llegan a cuartos de final, con todo un pueblo detrás de sus jugadores, mecánicos, carpinteros, campesinos o dentistas.

La sensación es verdaderamente de un gran deporte y creo que el fútbol refleja ahí su pureza máxima. Es cierto que la FA Cup es ahora, desde 2015, la Emirates FA Cup y que el dinero está en todos los sitios. Pero, volver a pensar que un pez chico se coma a uno grande, es una forma de no olvidar que el fútbol no solo es negocio sino que es un deporte y, para mí, el mejor de todos ellos.

Pensemos en la cantidad de niños que verán, desde sus poblaciones más pequeñas, una Copa repensada para que se extienda por todo el país. Aunque le pediría a la RFEF un poco más de atrevimiento para años posteriores y, quién sabe, si no quieren llegar a los siete mil inscritos de Francia, sí que permitan que se registren hasta los setecientos ingleses y que la tercera regional pueda estar presente. Veremos si la «nueva» Copa gana adictos y se puede llegar a ese sueño, aunque algunos me dirán que esto es un negocio y que no se puede dejar que el botín se reparta tanto. Será que cumplo años y que me apetece ver un poco de romanticismo en el fútbol, aunque sepa que no se puede volver a tiempos ya pretéritos. En efecto, y así es, con la posible Superliga de Campeones que prepara la UEFA, pero no veo por qué no se puede tener las dos cosas y las ligas dejen algo a los más pequeños que, no lo olvidemos, también son salsa del fútbol y proveedores de afición e incluso jugadores...

En fin, Valencia o Barça será el último campeón de esta Copa antigua que dará nacimiento la temporada próxima a la renovada Copa del Rey. Mientras, y a finales de la Semana Santa, me viene a la memoria una recomendación, el libro de Gregorio Casamayor, «Los días rotos», para disfrutar de su prosa pero, también, para pensar en los momentos pasados y el futuro.