En la historia, que al final es la de sus batallas, pocas han tenido lugar en un campo de batalla previsto por las partes o por una de ellas. Los generales se merodean, miden al otro, se persiguen o se huyen, dan vueltas, hasta que el choque principal se traba, por fin, en un punto. Ni la de Waterloo tuvo lugar donde quiso Napoleón o Wellington (aunque algo más éste) ni la de Bailén donde había pensado Castaños. De las del mar, con Trafalgar como ejemplo (con los contendientes buscándose y rehuyéndose por el Atlántico), ya no hay ni que hablar. La razón está en que el campo de batalla es muy importante, lo que explica todos los merodeos de unos y de otros sobre los debates por televisión. El instinto animal de Sánchez le aconsejaba estar agazapado en un solo debate de formato pactado, para, una vez dentro, lanzar las zarpas. Ahora, repartido, ¿ha perdido el factor sorpresa del felino?