Poco importa que en el Ayuntamiento de Málaga se gestionen en torno a quinientas iniciativas por grupo y mandato. Pretender diluir la gran pillada entre el anonimato y la grandilocuencia de las cifras es un buen intento, una réplica legítima, evidente y esperable. Pero si el grupo de Ciudadanos presenta una moción con el objetivo, cito literal, de «tocar los cojones», ésta es la que va a quedar para la posteridad y la que será comentada y parafraseada durante un tiempo indefinido por parte de los partidos contrarios y la opinión pública. Será la comidilla en los mentideros, las plazas y las barras de bar. Hasta que se olvide. Por suerte para ellos, para Ciudadanos, los carnavales y sus chascarrillos ya se despidieron. Nadie duda de que aquello fue un gazapo que se escapó, una aclaración o acotación privada entre los componentes del grupo de trabajo de Ciudadanos que alguien olvidó borrar antes de su presentación oficial y que hoy se alza para burla y escarnio de los firmantes. En cualquier caso, importancia, lo que se dice importancia, no tiene ni más ni menos que la que tiene. Lo digo así, a la gallega. Pero os han cazado, machos, con el carrito de los helados, como se dice aquí. Y ahora, toca tragar hasta que a la opinión pública se le olvide. Toca apretar los dientes, sonreír y aguantar las coñas marineras de unos y de otros. Sed más puristas para la próxima ocasión. Aquí, quien va a sacar rédito sin ni siquiera sudar es el alcalde, Paco, que, ante todo, y le pese a quien le pese, es un tipo de indubitada elegancia en maneras y formalidades. La política es así de aviesa. Uno prevé una moción para tocar los cojones y al final van y se los tocan a uno. ¿Cosas del karma? Quién sabe. Ahora, como quizá reseñaría una revisión moderna del libro del Eclesiastés, es el tiempo de estar a la recíproca con gentileza torera, como ya lo han estado otros. Señores de Ciudadanos, tranquilos. No son ustedes los primeros ni serán los últimos. Y es que, puestos a recordar, ahí quedan, en la hemeroteca, ejemplos e infinita casuística donde brillan con especial carisma el «estoy hasta los huevos» de Bono, el «manda huevos» de Trillo, el «hijoputa» de Aguirre o el «coñazo del desfile» de Rajoy, entre otros. No ha habido ni habrá partido político alguno que se salve de los patinazos. Errare humanum est. El karma, como citaba antes, tiene paciencia y a todos nos llega. Evidentemente, no nos cabe duda, como alega Ciudadanos, de que los errores y las erratas ocurren, pero no por ello cada cual tendrá que dejar de comerse, enmendar, aclarar o solucionar las propias culpas. Desde mi punto de vista, si me lo permiten, el problema no radica tanto en los cojones como en la intencionalidad. Mi mayor crítica al suceso la constituye el hecho de que, incluso si se hubiera utilizado el verbo fastidiar, uno no puede reclamar, políticamente y en conciencia, respecto de lo que ha reconocido que se gestiona de manera bastante escrupulosa con la única intención de tocar las bolsas pudendas. Estamos faltos de política de altura, de discursos coherentes de puertas para afuera y de puertas para adentro, de líderes compactos, sin papel en mano, que trabajen ajenos a la fanfarria electoralista y a la cultura del juego de tronos. Vivimos en una continua carencia de intenciones institucionales que, dejando atrás la escalada de sillones y el gusto por esos casoplones tan en contra del programa y del discurso, dirijan la mirada y su trabajo hacia aquella utopía que sigue conservando el nombre de bien común. Es inevitable cierta desidia electoral, no me culpen. Si hasta mi hijo de catorce años, con la propaganda electoral en mano, se manifiesta: «Papá, en el papel todo me suena bien, pero luego nunca se sabe». No queda nada más que decir. O casi nada. Así que, si me lo permiten, concluyo esta columna parafraseando a Adso de Melk en El nombre de la rosa: dejo este texto, no sé para quién, este texto que ya no sé de qué habla, ni si fue escrito como queja, como corrección, como enmienda o, simple y llanamente, por tocar los cojones.