Pues eso. Que ya han pasado los dos debates, por llamarlos algo, y, como presupongo, en poco o nada habrán modificado su intención de voto. Y es que los españoles somos muy cabezones, muy de no cambiar de opinión y mucho más aún de mentir en las encuestas. Reconózcanlo abiertamente. Yo lo hago. A mí me llama alguien del CIS para encuestarme por teléfono y no le digo una sola verdad. Por divertirme y porque, básicamente, no me apetece. Para una vez que puedo vacilarle a alguien que trabaja para el Gobierno, la aprovecho.

Muchos pensarán que los debates fueron a cuatro bandas, pero se equivocan. Los debates fueron a 755. Los cuatro candidatos a Presidente más los 751 parlamentarios europeos que, según los avezados gurús económicos, intervendrán administrativamente España en dos años. Lo que me parece muy bien, pues soy de la opinión Thanos. La cosa está tan jodida, se han perdido tantos valores, hemos pagado precios tan altos, nos hemos arruinado tanto, que es necesario que el sistema establecido salte por los aires y se acaben la mamandurria, el despilfarro y mangoneo. Cuando canta la marabunta, cuando la marabunta canta, es que algo tiene en la garganta. El runrún europeo es más estruendoso que el silencio que invocó Albert Rivera, y ninguno de los candidatos lo mencionó. Como si no fuera con ellos, pero se nota, se siente, Europa está presente.

Hace años estuvimos a punto de ser rescatados, pero lo evitamos al límite. Esta vez no habrá marcha atrás, y nos pillará con menos dinero que el que se estaba bañando. Es irremediable. Vendrán los hombres de negro, se dejarán de pactos, de deudas morales, y cortarán quirúrgicamente por donde les parezca. Sin anestesia. Donde se cae la burra se le dan los palos, que diría un paisano. Ya lo hicieron con Irlanda y Portugal, y ambas naciones son hoy ejemplo de crecimiento económico, de inversión a largo plazo y de rentabilidad. En definitiva, paradigma de seguridad para sus ciudadanos y sus empresas. Por eso les digo que los debates fueron estériles, porque lo cierto y verdad es que en dos años todos calvos. Vendrán los hombres de negro y levantarán las alfombras, auditarán las cuentas públicas, analizarán cada subvención, pondrán en tela de juicio nuestro sistema fiscal y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, harán lo que consideren necesario para ponerlo todo patas arriba, sacarnos los colores y decirnos las verdades del barquero: que se acabó la fiesta, que nuestros políticos fueron y son unos incompetentes, y que, le pese a quien le pese, nos toca pagar la cuenta.

Los ucranianos lo tienen claro y lo han demostrado en las urnas. Tan hartos están de sus gobernantes, tan hasta los bemoles, que han huido del más vale malo conocido que bueno por conocer y han elegido como presidente a un tal Volodimir Zelenski. Un cómico sin experiencia política alguna que ha obtenido de forma apabullante el 73% de los votos. Y nosotros hablando de cambiar colchones, de tesis plagiadas, de pasados corruptos, de Torra y Puigdemont o de que la abuela fuma.

Así que ya ven. Nuestros cuatro apuestos y egocéntricos candidatos debatiendo a todo color como si la amenaza de la intervención europea fuera el cuento de Pedro y el lobo, amagando con destrozarse pero sin rozarse, perdonándose la vida por mor de soltar su rollo viciado, protagonizando una coreografía pactada y calculada al milímetro por sus asesores. Hasta yo corrí más riesgo dedicándole una columna a lo fuerte que respira mi mujer mientras duerme. Porque, claro, no vaya a ser que alguno de los candidatos se viera en la incómoda encrucijada de dar explicaciones sobre con quién va a pactar, a qué precio y sobre el cadáver de quién. Todo indoloro. Como el que agarró de los huevos a su dentista y le dijo aquello de «Verdad que no vamos a hacernos daño, doctor».

Visto el panorama de los debates me siento un poco ucraniano y añoro al gran Chiquito de la Calzada. Yo le habría votado. Por la gloria de mi madre.