Gracias a dos admirables amigos alemanes, luminosamente fascinados por todo lo español, Alexandra y Hilmar Fehér, conocí a Marcel Reich-Ranicki. Fue en Bonn. Hace ya muchos años. Todavía la apacible ciudad renana era la capital de la República Federal de Alemania. Fue en el acto de presentación de un libro importante de un gran historiador: el príncipe Hubertus de Löwenstein. O como dirían los alemanes, Hubertus Prinz zu Löwenstein. El autor tuvo la gentileza de dedicarme un ejemplar de su obra, «Rom Reich ohne Ende», una muy lúcida historia del Imperio Romano. Según sus amables palabras, me lo dedicaba por ser yo de Hispania, «una de las más nobles hijas del Imperio Romano». Fue un honor. Aquella noche conocí también a Marcel Reich-Ranicki. Era entonces un muy respetado -y también temido- crítico literario, además de ser el augusto editor del suplemento literario del FAZ, el Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los grandes periódicos alemanes.

Después de unos minutos de conversación con Reich-Ranicki me di cuenta de que me encontraba hablando con un personaje de un calibre muy especial. Con una cortesía impecable, se expresaba en un «Hochdeutsch» culto e incisivo. Hizo notables esfuerzos para no abrumarme con su erudición. Todo en él transmitía un formidable amor al arte y a la literatura. Además colocaba el respeto a la verdad muy en primer lugar.

Como miembro del Gruppe 47, había llegado rápidamente a la cumbre del mundo cultural alemán. Le llamaban el «Literaturpapst», el Papa de la Literatura alemana. Sus orígenes, como hijo de un comerciante judío de Wlocawek, fueron polacos. Su madre, hija de un rabino, era berlinesa. Desde siempre, una de las principales pasiones de ella fue su fascinación por la literatura alemana. Hasta su muerte, en las cámaras de gas de Treblinka, ella habló en alemán. Su hijo heredó su amor a los libros y a la palabra inteligente y escrita. El joven Marcel amaba a Goethe, a Schiller y a Heine. Y ese amor se mantuvo a pesar del Holocausto, en el que pereció casi toda su familia. Jamás las patologías y las atrocidades de los nazis, indignos de la grandeza de la Alemania clásica, consiguieron enturbiar su Deutschtum, su germanidad..

Al perder su padre el negocio familiar, se trasladaron a Berlín en 1929. Allí recibiría Marcel del profesor Reinhold Knick las enseñanzas que le permitirían acercarse al idealismo de los grandes maestros de habla alemana. En 1940 él, su hermano y sus padres fueron deportados al gueto de Varsovia. Su hermana pudo huir a Inglaterra antes del comienzo de la guerra. En Varsovia conoció a la que sería su mujer. Teofila Langnan, a la que salvó milagrosamente de los campos de exterminio. Marcel pudo unirse al Ejército Polaco de Liberación. Después de la guerra trabajó como periodista y crítico literario. En 1958 abandonó Polonia. Emigró con su mujer y su hijo a la República Federal Alemana. Se instalaron en Hamburgo

Su carrera fue meteórica. Gracias también a sus intervenciones en el «Cuarteto Literario», un programa de la televisión alemana. Sus pronunciamientos favorables sobre una determinada obra literaria se convirtieron en el camino más rápido al éxito. Incluso para escritores de otros países. Convirtió a autores españoles, como Javier Marías o Rafael Chirbes, en escritores de culto para el gran público alemán. Solía decir que él además de judío, era medio alemán y medio polaco. Añadía que sobre todo creía en Mozart y en Shakespeare. Falleció Marcel Reich-Rinicki a los 93 años. En paz consigo mismo. Siempre recordaré aquel encuentro. En una pequeña ciudad de Alemania, como el título de la novela de John le Carré.