En política, como en todo lo demás, se acaba uno conformando con lo que hay. Nos conformamos con Casado, pues, y con Sánchez y con Rivera y con Iglesias, y hasta con Abascal nos conformamos. Nombro a estos por no descender a niveles autonómicos y municipales, donde tampoco nos mata el entusiasmo. Hay épocas de escasez de filósofos como hay épocas de escasez de músicos. Nosotros llevamos una racha en la que el talento político brilla por su ausencia. Pero como somos de buen conformar, hacemos un gesto de resignación y nos tomamos el amargo jarabe. Y no solo eso: en nuestra largueza magnificamos incluso la mediocridad reinante. Es lo que ha ocurrido con los dos debates de televisión con los que nos han castigado estos días y que resultaron un desastre. Carecieron de retórica, lo que significa que carecieron de semántica. No hay pensamiento sin artificio retórico, de ahí que los clásicos dedicaran tantas horas al aprendizaje de la oratoria: no por amor a la filigrana, sino por cariño a las ideas, y las buenas ideas anidan en el interior de las frases brillantemente construidas.

Pues bien, ¿qué hemos hecho nosotros con toda la basura verbal de esos dos encuentros entre los representantes del PSOE, PP, Ciudadanos y Unidas Podemos? La hemos convertido en un material precioso, semiprecioso al menos. En otras palabras, hemos dedicado cientos de horas a analizar unas intervenciones completamente huecas. Hemos permanecido horas frente a la televisión escuchando con expresión concentrada las interpretaciones de los politólogos, que han sacado petróleo de donde solo había fango. Hemos fingido que tales análisis nos interesaban y que podían ayudarnos a la hora de decidir nuestro destino.

Los aficionados a la prensa, hemos leído decenas de artículos en los que se destacaban aspectos interesantes de una u otra intervención.

Aspectos que en la realidad no se dieron, pero que los analistas, en su infinita piedad, han logrado encontrar a base de pico y pala.

En definitiva, hemos convertido en un acontecimiento de carácter social lo que solo merecía nuestro silencio. Somos buena gente, pero estamos más solos que la una.