He comprobado demasiadas veces en mi vida que no hay nada que despierte más agresividad que la moderación. A veces tiendo a los extremos, pero cuando el péndulo pasa por el centro palpo la calma. Estas elecciones las han ganado los moderados, con matices, claro. Porque Pedro Sánchez, el tipo para el que medios internacionales han pedido el voto en un ejercicio increíble de moderación periodística, se ha olvidado de que fue aupado a la Moncloa por los nacionalistas excluyentes de Cataluña y su mensaje contenido, moldeado, supongo, por sus asesores en los últimos días ha calado en el electorado. Gobernará con Podemos. Los morados se han moderado, cómo no, y contando con los 123 diputados del PSOE, el bloque de centro izquierda suma 158 escaños. El problema es que, para gobernar, necesitarán apoyarse en el PNV, que tiene dos almas, como Ucrania, y bascula entre echarse al monte y el pragmatismo parlamentario. En el PP, ha ganado Soraya. Muchas veces, lo que uno quiere para sí no es lo que lo demás desean para uno. Al establishment pepero le gustaba Casado, y las bases optaron por la moderación que representaba la vicepresidenta. Al final, ganaron los atlantistas y los populares han pagado los excesos verbales y el aire de enfant terrible del tipo que más rápido ha terminado Derecho en este país perdiendo en torno a la mitad de los escaños (de 137 a 65). Es lo que tiene irse a coger uvas a la extrema derecha, que los moderados no te escuchan. Alberto Carlos Rivera sale reforzado en todos los sentidos, casi tanto que, un poco más, y se consuma el sorpasso en la derecha. Se ha premiado su moderación, claro, aunque alguno andaba alguno despistado sobre qué pasos daría tras las votaciones. La excepción que rompe la regla es Vox, que suma 23 escaños. Seré moderado y me guardaré mi opinión. Prefiero brindar por Adolfo Suárez y su legado.