Será Pedro Sánchez el que decida. El que elija a quién saca a bailar. Pero será la actitud del líder de Ciudadanos la que determine en buena medida cómo se gobernará España.

Albert Rivera tiene dos dietas donde elegir. La dieta de la tozudez y la dieta tradicional. La de la tozudez es a base de palabras. De comerse sus palabras. No es una alimentación saludable. Ni equilibrada. Faltan verduras, vitaminas, hierro, pescado, cereales y hasta fruta. Así que a lo mejor Rivera opta por una alimentación tradicional. Tradicional para un partido (ministerios, direcciones generales, subsecretarías, empresas públicas). Coalición lo llaman.

Los partidarios de la dieta tradicional dicen que el electorado ha votado moderación, es decir, el electorado quiere la suma de PSOE y Cs dejando fuera a los extremos y al derrotado y alicaído Partido Popular. Estos también quieren un ministerio o carguito, claro. Los apologetas de la dieta tozuda prefieren verse liderando la oposición, o sea, diciéndole las mismas barbaridades a Sánchez que hasta ahora pero con un Sánchez mucho más fuerte y crecido y que con anclajes sólidos (pero no contaminantes como Bildu) puede trenzar un poder, un Gobierno, sólido. Si Sánchez, el resistente por antonomasia, ha ejercitado el poder con suma pericia teniendo 84 diputados, qué no hará con los que ha conseguido.

Rivera se ha pasado la campaña haciendo oposiciones a ser vicepresidente de Casado y ahora lo que puede ser es vicepresidente de Sánchez. No falta quien opina que si tiene paciencia en la oposición podría dar la puntilla al PP, erigirse de verdad en líder del polo derechista, aglutinar y ser presidente dentro de unos años. «Dentro de unos años» es un concepto que en política tiende a la inexistencia. Si un año (lo que le ha bastado a Sánchez para hacer del PSOE un partido que de nuevo tiene futuro) es una eternidad no imaginen lo que significa «dentro de unos años».

Pablo Casado lleva el nombre de perdedor en la frente ahora. Ha llevado a su partido a la cota más baja desde que existe. Una gran parte de su electorado se ha marchado a Vox. Otra a Ciudadanos. Una gran parte de sus compañeros no verían con desagrado un recambio. Es pronto para recambiarlo como líder pepero, pero también es pronto para que las ansias de aniquilarlo se le hayan pasado a las cospedales y sorayas. Lo ven como un usurpador. Le plantarán guerra. Casado ha dejado todo el centro a Ciudadanos, que a su vez se lo ha dejado todo al PSOE, al que la gente no ha dejado de percibir como de izquierdas. El resultado es un PSOE que hace solo un par de años estaba al borde de la marginalidad y que ahora ha sumado centro e izquierda moderada y gana con claridad, mucha claridad, estas elecciones.

Pero para guerra interna, la que puede ocurrir en el PSOE, donde Sánchez el resistente tendrá la tentación de intentar barrer a Susana Díaz, que exhibirá los resultados en Andalucía como propios. Claro que Sánchez también puede espetarle (además de una sardina) que para suyos, de Susana, los de las autonómicas, donde perdió el poder tras treinta años de socialismo.

Si algo tienen estos tiempos es que ya lo importante no es ganar ni tener los mejores resultados y sí lograr una mayoría de diputados. O sea, el PP de Casado y Moreno Bonilla logró solo 26 en Andalucía frente a los 50 que llegó a sacar Arenas, pero supo y pudo sumar junto a Cs y Vox. Ahora, Podemos pega un bajonazo, va a su peor momento y sin embargo, es clave, puede gobernar, puede encaramarse al poder. Ya está dicho al principio que es Sánchez el que elige compañero de viaje, pero el martilleo de Iglesias para que lo prefiera a él va a ser continuo, ya lo es, durante las próximas fechas. La cantinela se llama Gobierno de progreso. Que si el Ibex esto que si el Ibex prefiere a los naranjas. Es una canción vista pero no por eso poco oída. Y muy legítima. Comienza el cortejo a tres, Iglesias, Sánchez y Rivera, con un Abascal vociferante, cabizalto, macanudo y crecido. Hay que acostumbrarse. Vox en las instituciones, pronto en los ayuntamientos. Encaramados a los titulares como un partido más. Proponiendo sus cositas y haciendo sus mocioncitas y sus proyectitos de ley para ser o no tumbados. Solo ellos saben si se van a deslizar por la senda institucional o gamberra.

Lo que viene ahora son unas municipales. Spain is different, o sea, lo que viene tras una campaña electoral es otra. También en los ayuntamientos, como en el Gobierno central, se han acabado los ejecutivos monocolor. Se va a llevar mucho esta temporada el modelo coalición. En estampado o en vivos colores. Rojo con morado o naranja con rojo pero también con azul. No faltará el llamado arcoiris andaluz, esto es, verde, azul y naranja. España muda su piel política. De bipartidismo a pentapardisimo, que suena a Italia de los años ochenta, cuando cinco partidos se coaligaron para gobernar. La cosa duró diez años. Aquí no llegamos a tal lío. Pero oyendo, a uno le entra el vociferío de las sedes en el folio, parecería que el follón se ha instaurado en el país. Nada de eso. España sigue siendo igual de estupenda ayer que hoy con independencia de sus políticos. Y mañana.