Siempre tiene la tentación el comentarista, noche electoral, folio en blanco, de echar mano de lo de «jornada histórica». Pero es que esta lo es. Pase lo que pase (lo más verosímil es un Gobierno de PSOE con Podemos, en coalición, y el concurso de algunos nacionalistas aunque no hay por qué descartar una suma PSOE con Ciudadanos).

Pase lo que pase, decimos, el 28 de abril de 2019 pasará a la historia como la jornada electoral en la que la ultraderecha irrumpió, con fuerza, en el parlamento español. Ya hubo diputados de ese jaez, con Blas Piñar, de Fuerza Nueva, como emblema, pero Vox, el partido de Santiago Abascal, planta en el Congreso un número de diputados espectacular. Que incluso sabe a poco a sus dirigentes y que deja a los más voxioptimistas con un cierto aroma a desaliento.

En los últimos días, corrían de mano en mano, de whatsapp en whatsapp, estudios y sondeos que auguraban entre cincuenta y setenta escaños. No suma la derecha, ultradividida, pero Vox ha venido para quedarse -nada menos, en números redondo, que a un 10 % del electorado ha seducido- y la pregunta es si su fuerza será ascendente, si moderará su discurso, si entrar en las instituciones lo 'domesticará' o sí se alzará como la oposición más gritona y radical, más ultramontana.

No sería descabellado pensar que con un Ciudadanos centrado o gubernamental o, al menos, liberal, Vox ocupase el espacio político del PP que podría entrar en una fase convulsa si los sorayistas optan, tras el batacazo de Casado, por disputarle el liderazgo o al menos desestabilizarlo.

España ha dejado de ser una anomalía. Ya tiene su partido de extrema derecha en el corazón de su sistema. Un partido populista, también. El otro populismo, Podemos, es ahora un partido 'sensato', constitucionalista y con aspiraciones ministeriales.