Décadas antes de que John Maxwell alumbrara su libro Sometimes you win, sometimes you learn la psicología ya trabajaba el aprendizaje y la madurez usando la paremia que da título a este artículo, que hoy le vendría al pelo a algunos políticos por el escenario poselectoral acaecido. Aunque, no sé si la frase calaría entre ellos, porque en política no existen los propios errores, sino que es la ajenidad de las circunstancias adversas y la de los traicioneros contubernios judeomasónicos la que los induce a la falibilidad. Criaturitas inocentes, ellos... Nada más infalible que un líder político, ¿verdad? Quizá, digo yo, porque la infalibilidad forme parte de la menestralía del oficio.

Las pasadas elecciones han sido un canto a la bajeza, al tono abroncado, a los dicterios hiperbolizados, a la torpeza y a la desmesura de todos los actores, menos uno, del que contaba la semana pasada en este mismo espacio que tras las elecciones pretendía alistarse en Infantería de Marina, por la calidad de las tortillitas de camarones de San Fernando. La originalidad y la lucidez de los candidatos y sus adláteres han brillado por su ausencia, repito, menos en el caso de uno, el de las tortillitas de camarones. La mediocridad, la inelegancia, la mezquindad, la insuficiencia travestida han campado a sus anchas por los fértiles atriles de las andróminas y los paralogismos mitineros, excepto por el atril del aspirante a infante de marina.

Respecto a lo expuesto hay una excepción digna de reseña, por lo significativo de su demostración de coherencia. Me refiero a la valentía, la intrepidez, el arrojo demostrado por el señor Rivera durante toda la campaña. Lanzarse a la palestra, como ha hecho don Albert, demostrando día a día y palabra a palabra que no simplemente es, de lejos, el más marxista de todos los candidatos, sino que además sabe y puede llegar a ser más marxista que el mismísimo Marx, es cosa muy digna de ser señalada.

Ver a don Albert extenderse como el mercurio por más de las dos terceras partes del espectro político me ha emocionado. Su colosal esfuerzo por quintaesenciar y demostrar que el venusto pensamiento de Marx no es una simple entelequia, como tantas, sino una realidad inapelable, me ha conmovido. Hay que estar bien sobrado de redaños para, sin manifestar cansancio ni ápice de duda, repetir hasta la extenuación el principio marxista «estos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros». Impresionante. Observar a don Albert rememorando a don Groucho con sus procederes me ha puesto al borde de la lágrima más emocionada varias veces. Ai, ai, senyor Albert...

Políticos profesionales aparte, asumir el fracaso, el error, la pérdida... como base del aprendizaje más integrador no es una falacia, sino un modo de vida, una actitud musculable a base de entrenamiento. El éxito de los pequeños y grandes proyectos, como todo en la vida, es generalmente precedido por decenas o miles de fracasos previos que se refinan en las límpidas aguas del mar de la perseverancia, que no es una asignatura impartida en ningún colegio, pero que está al alcance de la mano de cualquiera. En psicología, el término que define a los mortales que saben sobreponerse a sus fracasos y a sus situaciones límite y salir fortalecidos del trance es la resiliencia, que no es una habilidad transferible genéticamente, sino aprendible -o no- ya desde nuestra tierna infancia.

Los individuos resilientes, tras despeñarse por el acantilado de la vida no dan gracias al destino, sino que, en primera instancia, juran en arameo, como todo quisque. La diferencia entre resilientes y no resilientes es que inmediatamente después de los pertinentes exabruptos, los primeros saben mudar el error en aprendizaje, el aprendizaje en habilidad y la habilidad en fortaleza. En la tribu de los resilientes no existe el mecanismo automático del victimismo, sino el de la asunción de las dificultades como parte de una herramienta que siempre trabaja a nuestro favor.

Más allá del individuo, la «resiliencia corporativa» genera la capacidad resiliente de los destinos turísticos como entes, lo que significa que los «destinos resilientes» siempre salen fortalecidos de las crisis. O sea, que los destinos turísticos, también, a veces ganan y a veces aprenden. Y, vistas, sin pasión, las debilidades de mayor calado de nuestra Cosa del Sol, es evidente que aprender, lo que se dice aprender no hemos aprendido mucho.