"El sonido del silencio" se escuchó por primera vez en 1964 en la voz de Paul Simon y Art Garfunkel. La canciónPaul SimonArt Garfunkel ha sido luego versionada en diversas ocasiones. Quizá la penúltima y muy afortunada versión sea la del grupo de heavy metal de Chicago Disturbed, vibrantemente interpretada por su cantante, el rudo y lleno de piercings David Draiman. Esa fue la penúltima, digo, porque la última versión, a capella, la interpretó Albert Rivera.

La interpretó el líder naranja cuando quiso que lo escucháramos, el silencio, con desafortunado efectismo en el primero de los dos debates electorales que se celebraron para las elecciones generales del 28 de abril. Unas elecciones que, en la vorágine acelerada en que se ha convertido este experimento de lo real que hoy es nuestro país, y el mundo, ya casi parecen lejanas. Pero cuando Rivera nos pidió que escuchásemos el sonido del silencio, el silencio no sonó. Sonaba otra música y su teatralización del llamado minuto de oro, que corresponde a la alocución final de cada candidato en liza, resultó histriónica y falta de verosimilitud. Minuto de oro del que cagó el moro, se habría dicho en mi barrio de la infancia, hoy tan políticamente incorrecto como tirarse un pedo y que no sea hacia dentro.

«Y tocado el sonido del silencio, a la luz desnuda vi diez mil personas, tal vez más. Gente hablando sin hablar. La gente escucha sin escuchar». De estos versos de la canción original de Simon y Garfunkel quizá ande aún colgado Rivera, creyendo, o haciéndonos creer una vez más, que lo va a ganar todo ayer... Pero sigamos traduciendo, entrecomillada, la canción.

Pablo Iglesias parecía pensar con la debacle que le auguraban los sondeos, ya sin Errejón ni Bescansa: «En sueños inquietos caminaba solo; calles estrechas de adoquines, abajo el halo de una farola; volvía mi cuello al frío y la humedad cuando mis ojos fueron apuñalados por el destello de una luz de neón». Una luz que, a buen seguro, iluminaba el rostro del Gastón de la versión de Disney de La Bella y la bestia que, de mentón altivo, tiene Pedro Sánchez. Un Sánchez que, alérgico a los debates, nunca se sintió candidato, sino presidente siempre. Y la clavó.

Casado se empeñó en hablar sin brida y sin guion, tan sobrado de sí mismo y de su renovada guardia de corps, pero faltándole todo aún. Parecía mitinear la canción por esta parte a pleno pulmón y a viva vox: "Escucha mis palabras para que pueda enseñarte; toma mis brazos para que te alcance... Pero cayeron mis palabras como silenciosas gotas de lluvia e hizo eco en los pozos del silencio".

"Y el pueblo se inclinó y oró al dios neón que hicieron. Y el letrero destelló su advertencia: Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del Metro y los pasillos de las viviendas... Y susurró los sonidos del silencio". Tarara rararara raaaaa.