Es muy difícil saber con exactitud lo que ocurre ahora mismo en Venezuela y, en particular, en Caracas. Pero está más o menos claro lo que no ocurre: no se trata simplemente de un paseo recreativo de Juan Guaidó por la capital federal, acompañado por Leopoldo López y una veintena de militares vesánicos; no se está produciendo un levantamiento generalizado contra el Gobierno estúpido y criminal de Nicolás Maduro. La hipótesis más inmediata es que Guaidó y su equipo han pretendido una nueva estratagema de presión contra la camarilla madurista: han logrado liberar - quizás con la complicidad de sus propios vigilantes - a Leopoldo López de su arresto domiciliario, han conseguido el apoyo de varias docenas de oficiales y soldados, han llamado a los ciudadanos para que salgan a manifestarse en las calles para exigir la dimisión de Maduro y han pedido a las Fuerzas Armadas que se sumen "al proceso en marcha". Miles de personas salieron a la calle y han sido reprimidas con ferocidad: balas de goma, botes lacrimógenos, vehículos lanzados a toda velocidad contra la muchedumbre, ráfagas de disparos, detenciones.

Se me antoja muy improbable que Guaidó crea que así va a derribar una dictadura convertida en los intestinos mismos del Estado venezolano. El año pasado Maduro, temblón como un cochino enfurecido, quiso cerrar las fronteras por las han huido del hambre, la desesperación y la violencia cientos de miles de venezolanos. Los asesores cubanos se lo desaconsejaron muy activamente. Muy al contrario, el Gobierno caraqueño no debería inmiscuirse. Incluso llegaron a cursarse órdenes explícitas para que la policía de los puertos fronterizos dejara de cobrarles una miserable coima a los que escapaban con una maleta por toda pertenencia entre el cielo y la tierra. Mejor que se fueran. Había que facilitar incluso esta profilaxis política y demográfica. Había que aplaudir que marcharan para siempre jamás los más insatisfechos, los más desesperados, los más extenuados y asqueados, porque podrían alimentar, con su rabia y su hartazgo, los focos de resistencia al régimen chavista. El éxodo ha servido de válvula de escape en beneficio de Maduro y sus compinches. Y los jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas - purgadas hace quince años y cuya neutralidad política e ideológica ha desaparecido - no se moverán fácilmente. Por la elevadísima corrupción que existe entre los mandos, por la conservación por parte del generalato de un estatus social excepcional, por miedo a ver sus carreras destruidas en un enfrentamiento desigual. Cuando los militares se convierten en la estructura básica de un régimen político no atienden otra lógica que no sea un lógica militar ni son sensibles a otra amenaza que la del uso de las armas.

Sí, es muy difícil saber lo que está pasando ahora mismo en Venezuela. Pero es muy fácil comprobar por enésima vez el miserable espíritu pazguato y canalla de tantas izquierdas que no tienen una palabra de condena contra una dictadura podrida, corrupta e incapaz que destruye un país y lleva al hambre, a la miseria, a la indignidad civil a sus habitantes, pero que cuenta con gente como Alberto Garzón para salir en defensa de esa pocilga chavista y clamar: "No pasarán". Yo no olvidaré jamás la bajeza moral de que presume este huevón excepcional.