Continúan la CNN y los principales medios de comunicación de Estados Unidos obsesionados con la injerencia - supuesta o real- de Rusia en las elecciones que dieron el triunfo al republicano Donald Trump frente a la demócrata Hillary Clinton.

Si el Kremlin pensó que la elección de Trump iba a favorecer a sus intereses estratégicos, cometió sin duda un grave error: no sólo ha reforzado Washington las sanciones contra Moscú por la anexión de Crimea sino también el cerco militar de Rusia por la OTAN.

Pero agitar continuamente el fantasma de las injerencias rusas permite al Partido Demócrata y a los medios no hablar en cambio de lo que deberían preocupar a los progresistas: el racismo de Trump, sus continuos ataques al Estado del bienestar, la redistribución cada vez más injusta de la riqueza nacional.

Los demócratas de EEUU no acaban de creerse que no hubiera colusión con Rusia del Presidente en perjuicio de los demócratas y le atacan además por sus descarados intentos de obstrucción de la justicia con la inestimable ayuda de sus más íntimos colaboradores.

Pudo seguirse el otro día el duro interrogatorio al que sometieron al ministro de Justicia, William Barr, los demócratas del Senado en su intento de demostrar las mentiras de Trump sobre los contactos con el Kremlin que se le atribuyen y sus posteriores intentos de que no se conozca la verdad.

Pero resulta un tanto significativo que los mismos legisladores que se rasgan las vestiduras por la injerencia de la «enemiga» Rusia en las elecciones de su país no parezcan ver nada objetable en la intervención mucho más descarada de la Casa Blanca en lo que sucede actualmente en Venezuela.

Que el secretario de Estado, Michael Pompeo, se permita hablar con la mayor naturalidad en público de una posible intervención militar de EEUU en apoyo del autoproclamado presidente de Venezuela, Juan Guaidó, debe de parecerles a aquéllos la cosa más normal del mundo.

Tan normal como que el enviado de EEUU para Venezuela no sea otro que Elliott Abrams, halcón como su jefe, John Bolton, y de sobra conocido por su papel en el escándalo Irán Contra del Gobierno de Ronald Reagan, operación consistente en la venta ilegal de armas a Irán a mediados de los años ochenta para financiar a los contras nicaragüenses.

Abrams, que mintió en su día al propio Congreso de EEUU y que fue luego indultado por el presidente George H. Bush, y que se destacó también como uno de los mayores entusiastas de la guerra de Irak, es un indudable experto en operaciones clandestinas y ayuda a golpistas.

Denunciar sin cansancio, como hacen los medios, las injerencias rusas en la política norteamericana y no tener nada que objetar a lo que sucede una y otra vez en el patio trasero de EEUU es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.