Soy esquivo con todo lo referente al fútbol. Lo capeo, lo evito, lo postergo. Me pesa, fíjense, incluso cualquier información que me llegue de sus periferias. Salvo si es de Pilar Rubio, claro. Que no hay que llegar al extremo. Qué quieren que les diga, cada cual tiene sus fobias. Y la mía es el fútbol. No lo puedo remediar. Otros fuman. Con todo y con ello, uno no puede pretender, es imposible, embutirse en una asepsia o burbuja perfecta para aislarse del mundillo. Más tarde o más temprano, alguna fisura escapa a tus parapetos y, por desgracia, te acaba llegando algún soniquete. Qué se le va a hacer. El otro día, por ejemplo, me enteré de que Íker Casillas había sufrido un infarto de miocardio en toda regla. Para mí, entiéndanme, el susto fue de agárrate y no te menees. No tanto por Casillas, sino por uno mismo. Me dejó traspuesto. Y ello porque si a Íker, que es deportista y está hecho un figurín, le llega su infarto así como si tal cosa, igual significa que al mío le queda por aterrizar poco más o menos que un cuarto de hora. Porque yo, aunque pueda ser un figura, ni estoy hecho un figurín ni disfruto de los merecimientos y las ventajas que implican el ser un buen deportista. En principio, no queda más que prepararse: ejercicio, dieta y demás artimañas de esas que se nos recuerdan durante todos los días de nuestra vida pero que sólo consideramos cuando el lobo asoma las orejas. Pero quizá haya más alternativas. ¿para qué va a ir uno al médico pudiendo acceder a google de inmediato? ¿Qué hacer con el sobrepeso, ligero pero existente, y con esa incómoda y reciente tensión arterial que resquebraja las barreras de los límites que la ciencia considera tranquilizadores? No perdamos la calma. Dicen por ahí que, llegados a los cuarenta, si uno se despierta sin dolores es que está muerto. A partir de aquí, todo es cuestión de alargar la llegada de lo inevitable el mayor tiempo posible. Esa copita de vino diaria que se dice buena para el corazón ya me la vengo tomando yo desde hace tiempo, así que tampoco es que empiece uno de cero. Sólo se trata de ampliar las defensas y la prevención. Para empezar, lleven siempre la adrenalina en el monedero, que no se diga. Correr ya saben ustedes que cansa, igual tampoco hace falta. No vaya a ser que el corazón se lance, vaya a más y sea peor el remedio que la enfermedad. A la copa de vino diaria, por lo visto, se le puede añadir un puñado de nueces en ayunas. Al parecer, van bien para los problemas cardiovasculares. También se recomienda, en ayunas, el jugo resultante de macerar una cebolla en limón la tarde de antes. Pero claro, si me he tomado las nueces en ayunas, me es imposible tomarme esto también en ayunas, puesto que ya me he desayunado las nueces. Tranquilos, no hay problema. Alternaremos la toma en ayunas de las nueces o el jugo de cebolla según el día sea par o impar y listo. No olviden, tampoco, echarse un puñado de bayas de Goji al bolsillo para masticarlas antes de cada comida. Mano de santo, oigan. El aceite de oliva y el té verde también se hacen más que necesarios. No se preocupen, no es difícil. Basta con emulsionar juntos los dos ingredientes y adjuntarlos a una cantimplorita que, enganchada a una hebilla del pantalón les puede permitir ir dando pequeños sorbos durante el día para que el organismo vaya asumiendo sus beneficios poco a poco. Decía también una comadre de mi abuela materna que si en una noche de luna llena se subía uno al tejado y se untaba aceite de hígado de bacalao bajo las costillas, los hados de la noche insuflarían a tu corazón la fuerza de un toro. Pruébenlo. Total: antes que hacer ejercicio y ponerse a dieta, cualquier opción es buena. No vaya a ser que nos equivoquemos haciéndole caso al médico. De cualquier modo, nada es seguro y todo es posible. Vivan con autocontrol, pero sin miedo. Que como decía el otro: «si está para ti, aunque te quites. Y si no lo está, aunque te pongas».