En estos últimos tiempos vivimos una epidemia que parece debilitar los sistemas democráticos en buena parte del mundo. Europa no se libra de ello y desde hace unos años vivimos situaciones complejas entre las que encontramos el resurgir del fanatismo. En España estamos viviendo una confluencia de numerosas situaciones, pero en esta ocasión me centraré en una, "el supremacismo". Unos ciudadanos han vulnerado la Constitución aprovechando la debilidad del gobierno de España. Esto es algo que no nos debe sorprender pues han sido numerosas las ocasiones que españoles, aprovechando la debilidad del Estado, atacan la integridad nacional para controlar determinados territorios, finalizando estos actos en verdaderas tragedias.

Después de haberse votado en Cataluña, de manera aplastante, la indisoluble unidad de la Nación española como patria común e indivisible de todos los españoles en la Constitución de 1978, parece que, a partir de esa fecha y creada la Comunidad Autónoma catalana, se han ido construyendo las bases para una conspiración contra España sustentada en dos claras estrategias. En lo económico, los representantes institucionales de Cataluña han rechazado sistemáticamente el "principio de solidaridad entre regiones" que establece la Constitución, y en lo político, se han centrado en dominar a la población para preparar el "pensamiento único conveniente", adoctrinándolas debidamente en las aulas para asegurarse el apoyo a la sedición y a los actos antidemocráticos necesarios.

A todo esto, hay que unir los vientos favorables con los que han contado. De una lado el fenómeno que impregna a muchas democracias, la "tolerancia excesiva", de la que ha escrito Karl Popper, y el nacimiento de dos tipos de ciudadanos, el "embaucador", y el "fanático", ambos situados en los extremos del arco político en lo que he denominado la "teoría de las alpargatas". Esta situación es muy similar a la vivida por los alemanes cuando aceptaron de sus líderes conductas intolerables en el pasado.

Fernando Savater escribía, en su obra "Voltaire contra los fanáticos", que estos hacen peligrar la convivencia, al considerar que su creencia es una obligación para el resto del mundo. Voltaire resumió este peligro en una fórmula lapidaria: "piensa como yo o muere", que me recuerda a ese lema del chavismo en Venezuela de "Socialismo o muerte".

Esta tolerancia excesiva ha sido favorecida por lo que se denomina "indefensión aprendida", término acuñado por Martin Seligman, que describe la combinación de un comportamiento pasivo de la colectividad y una sensación de no poder evitar ser infelices de manera particular, creando una especie de "síndrome de la resignación". De esta manera nos encontramos en España con representantes elegidos por el pueblo, que en instituciones democráticas, luchan diariamente por destruirlas, junto a otros que nos mienten a sabiendas que la mentira no es un lastre en su carrera política, pues como en democracia el voto de un ciudadano bien informado vale igual que el del no informado, lo necesario es "apasionar" y "adoctrinar" en el intento de crear un "pensamiento único" en una sociedad manejable.

Tal es el grado de delirio supremacista, que instalados en un derecho inexistente a decidir, elaboran un proyecto de Constitución para su república, en la que prohíben ese derecho a decidir a sus futuros ciudadanos. Todo un desatino que la democracia permite en ese estado de indefensión aprendida de buena parte de la población que me recuerda a la novela "1984" de Orwell, en la que se describe un sistema de "colectivismo burocrático", o en la película "Brazil", que describe la lucha por la libertad de pensamiento en un mundo que se opone a ello. Europa nos mira intranquila pues de embaucadores y fanáticos está repleta.

En este escenario de indefensión aprendida, tolerancia excesiva y sumisión al pensamiento único, es donde nace el nuevo "supremacismo", que al unirlo al deterioro de la política y a la fuerza de los nuevos influyentes, hace renacer viejas situaciones en Europa como el populismo, el nacionalismo e incluso ciertas formas de neo-nazismo, donde las emociones vencen al razonamiento. Hoy observamos como ciudadanos con comportamientos supremacistas llaman fascistas a los demócratas, negándoles el derecho a manifestar sus ideas o a servidores públicos cumplir con sus obligaciones, creciendo con ello el número de fanáticos a ese supremacismo, hechos que también me recuerdan a lo sucedido en otros tiempos en Alemania.

José Luis Sampredro, señalaba que vivimos en una "democracia manipulada" donde la opinión pública no es el resultado de la reflexión de la gente sino la opinión influenciada por unos medios de comunicación en manos de poderes económicos. De tal manera encontramos a numerosos pensadores que reflexionan sobre las debilidades de la actual democracia como Jason Brennan, Axel Kaiser, Steven Levitdky, Daniel Ziblatt o Francis Fukuyama, entre otros.

Esperemos que el precio a pagar por los europeos no sea excesivo y que no consolidemos el actual estado de resignación, en el que pensemos que en democracia todo se permite, pues con ello estamos alimentando viejos fantasmas indeseados, en un claro ejemplo de "tolerancia excesiva" en una sociedad del espectáculo, donde nos impiden pensar, discurrir, dudar y razonar. Platón, en su obra "La República", señalaba que en democracia incluso el menos preparado de los individuos puede llegar a gobernar.