Estaba seguro de lanzarme al cruzar El Estrecho a pesar de los riesgos que iba a correr. Llevaba conmigo una bolsa con mi ropa y mi teléfono. Nos reunimos en la Lonja de Ceuta donde se encontraba nuestra patera, de apenas cuatro metros. Pagué por la travesía mil euros y mi bicicleta. Salimos a las dos y media de la madrugada. El piloto conocía el mar, pero no sabía hacia donde tenía que dirigirse. Yo le ayudaba como copiloto. El peor momento del viaje ocurrió cuando estuvimos a punto de chocar contra un inmenso carguero portacontenedores. A poca distancia de la costa, apenas unos kilómetros, se apagó el motor. Aunque conseguimos arrancarlo, poco después dejó de funcionar definitivamente. Nos amaneció cerca de Gibraltar. Las corrientes eran fuertes. La mayoría de los que viajaban conmigo estaban mareados. Un chico vomitaba sangre, mientras otro no paraba de sacar agua del fondo de la patera. Yo me mantenía frío. No pensaba en nada: se trataba de cruzar o morir. Ya muy cerca de Gibraltar, las olas crecían a pesar de ser verano. Cuando por fin se calmó el mar, la corriente no dejaba de empujarnos. Poco a poco conseguimos llegar a La Línea.

Le dimos la vuelta a la patera y la empujamos al mar. Salimos todos corriendo y cruzamos la carretera. Empezaba a sentirme como un ser humano libre que se la ha jugado por su libertad. Conmigo se quedaron dos. Uno de ellos tenía un familiar en Madrid que vendría a recogerle a Málaga. En La Línea cogimos un taxi a Estepona y, desde allí fuimos a Málaga en autobús. Le pagué el viaje a uno de ellos. Al llegar, su hermano nos recogió a los dos y me devolvió lo que le había prestado, además de darme una generosa propina.

Mi nombre es Aussama y tengo 29 años. Vivo en Málaga y hace diez meses que llegué en una patera a La Línea. Fue la tercera vez que crucé El Estrecho. Las dos primeras lo hice de niño. Solo. Primero con 8 años, escondido en un camión; después con 10, y me devolvieron a Marruecos.

Nací en Tetuán, en un barrio con muchos conflictos en el que la gente sufría. En Marruecos no había futuro para mí. Me sentía encerrado entre cuatro muros, prisionero en mi propio país.

Antes de este último viaje trabajé en Ceuta con mi padre, ahorrando y aprovechando el tiempo, con la idea de que llegaría un día en que intentaría regresar a la Málaga que conocí de niño. Por fin me llamó un amigo y junto con once personas más, nos embarcamos en una patera.

Desde que llegué estoy muy contento. Estar en Málaga es lo mejor que me ha pasado. Soy otra persona. Estoy haciendo lo que quería: estudiar y trabajar, tratar de ser feliz. Lo que intento es buscar una mejora, dejar atrás un mal pasado, porque mi país no me da lo que realmente quiero.

Ha sido un gran sacrificio, en ocasiones cuestión de vida o muerte, pero estoy aquí.