No adoro ni admiro Juego de tronos. Tampoco la odio ni la desprecio. Después de la primera y excepcional temporada me aburrió y divirtió a partes desiguales. En algunos momentos, me impresionó. En otros, sentí algo parecido a la vergüenza ajena, especialmente por la falta de talento de algunos intérpretes que cargan con las mayores responsabilidades en lo que a trama principal se refiere. Sí, Kit , estoy pensando en ti. Sí, Emilia, también me acuerdo de escenas fundamentales que arruinaste. Juntos convertisteis uno de los puntos más calientes de la serie, y más esperados, en hielo sin fuego. Mejor hubieran ido las cosas con Nathalie Emmanuel. Y no comparto la teoría de que la serie dejó la seriedad cuando empezaron a tomarse decisiones alejándose de George R.R. Martin y poniéndose de rodillas ante los deseos de los seguidores. Primero, hay elecciones de guión que sí estaban en las novelas (es lo que tiene criticar sin haberlas leído) y, segundo, si fuera cierto que se escribe con un ojo puesto en lo que se cuece en las redes sociales (donde hay habas nutritivas y también muchas malas babas), no habrían visto la luz algunas escenas que parecen pensadas para irritar al personal, no para agradar a la masa crítica. Y ahora que los juegos llegan a su fin, hay truenos que decapitan y dividen la pantalla de forma inesperada.

El dichoso capítulo de la Gran Batalla por la que millones de seguidores suspiraban les decepcionó tanto que las tramas y personajes pasaron a un tercer plano y sólo brillaba la oscuridad. Demonios, o dragones, que no se ve nada. Que tengo un pepino de televisor ultra moderno y no veo un pimiento. Muchas kas para esta kaka. Tantos millones invertidos, tanto tiempo de rodaje y tanto retraso y ¡sombras nada más! Llamas por aquí, barullo por allá, dragones arriba, muertos vivientes abajo montándose una Guerra Mundial Z. Y si es comprensible la frustración de tantos juegotronistas ante una pantalla de escasas luces deseando una claridad meridiana, ¿no es admirable la temeridad (digna del final de Los Soprano) de que una serie alimentada por la fantasía (y que en ocasiones hace de la teletransportación una herramienta narrativa de primer orden para que los personajes se muevan por el mundo a velocidades supermaníacas) sea tan realista y apague las luces para que una batalla nocturna sea confusa, oscurísima y tenebrosa? Como sucede con esos hinchas del fútbol que, dependiendo de que entre o no la bolita, pasan de un domingo a otro de odiar a un entrenador a adorarlo, Juego de tronos se ha encontrado, de golpe y hachazo, con torrentes de bilis en las redes sociales. Sin término medio. Y los responsables no han ayudado mucho con otras decisiones de torpeza inaudita (la forma en la que mueren dos villanos que parecían invulnerables es ridícula) y un despiste (el cafelito en vaso de plástico) que pasará a la gran historia de la pequeña pantalla como incomprensible error en una superproducción mirada y remirada por miles de ojos durante y después del rodaje, y también como inmensa oportunidad perdida de ganarse pasta gansa con publicidad por la vía del «product placement», o sea, colar productos y marcadas en la ficción. Por cierto, dicen los expertos que la marca de café con sirena erróneamente asociada al gazapo ganó una publicidad valorada en 2.000 millones de euritos por el fallo de marras. ¿Rodarán cabezas por esa ocasión desperdiciada?