Cuatro años dando vueltas sin moverse del sitio no fueron suficientes para ganárselo. La noria de Málaga tendrá que buscarse otro lugar sobre el que seguir girando. No se sabe todavía si muy cerca o muy lejos de donde ahora la desmontan, pero las 21 cabinas o góndolas han perdido su formación de vuelo y se van en fila hacia Sevilla mientras se decide el futuro de esta breve construcción que tanta polémica trajo desde el principio.

Ahora que acaba su viaje en círculos y que no se le verá más a lo lejos desde tantos sitios ni molestará a los vecinos o gente en contra con su ruido y con sus luces, ahora que pieza a pieza se la llevan y quedará su hueco y su silencio en las fotos, me pregunto cuántos habrán aceptado la invitación y alguna vez se subieron durante estos cuatro años y cuántos repitieron y cuántos se citaron ahí por primera vez, o la última o tal vez la única, a sus pies, como inconfundible punto de encuentro en movimiento. Y me pregunto también los quilómetros que hubiera recorrido de no estar sujeta en cada giro, hasta dónde habría llegado -por ejemplo- de haberse ido rodando buscando un sitio más discreto o más estable. Me pregunto si la veremos levantarse de nuevo sobre el perfil del puerto y si volverá a girar algún día configurando vistas a setenta metros.

Setenta metros que ahora se vienen abajo, en plena campaña, como un eslogan más. Se le ha dado muchas a la noria desde su inauguración o no las suficientes antes, según se mire. Y ahí está el problema de la cuestión. Porque cuatro años son muy pocos para un acierto y demasiados para un error. Fuera una cosa para unos o la contraria para los otros ahora sólo será un recuerdo para todos.