Nuestro vicepresidente y superconsejero Marín, notable ciudadano, ha despertado su mirada más rimbombante hacia el Turismo. Y ocurre que el color de su mirada me reafirma en la idea del gatopardismo gigantista implícito en los genes de la política profesional. Don Juan ha mostrado la patita dándole visibilidad a un lugar llamado a ser «el Silicon Valley del Turismo», según él, que sentará sus reales en Marbella. Y ha hablado de plazo, el correspondiente a su mandato, obviamente. Y ha hablado de presupuesto para el asunto. Yo, desde estas líneas le doy la bienvenida al proyecto, pero...

Solo con la noticia nuestro bienintencionado consejero ya ha añadido algunas líneas a las interminables páginas de la obra 'Más de lo mismo' que ente todos venimos escribiendo desde que el turista aún no existía. Hace setenta años no había turistas, había forasteros; ni planta hotelera ni alojamientos turísticos, sino fondas, pero el ambiente ya olía al instinto bienintencionado de romper el cascarón para que el forastero se convirtiera en turista. Después, miles de páginas con dudosa habilidad escribana en el librito de marras nos han demostrado que los ejercicios cuya única bondad reside en la buena intención más que soluciones son problemas a largo plazo. Mirada la historia turística con la suficiente perspectiva pareciere que todos estuviéramos empeñados en demostrar que todo éxito no es más que un fracaso inconcluso, cuando la intención del apotegma pretende decir justo lo contrario.

Las debilidades turístico-estructurales actuales con peor pronóstico, por la dificultad de su solución, son, sencillamente, el resultado de políticas bienintencionadas que procuraron resolver situaciones sobre las que se actuó atendiendo exclusivamente a sus síntomas, en lugar de atender cuidadosamente a sus causas. Aquellas soluciones, una a una, a la larga, resultaron ser soluciones tóxicas.

El crecimiento al tuntún de los destinos turísticos maduros tiene su fundamento en la inveterada práctica de haber ido zurciendo rotos de gobierno ajenos al Turismo, a costa de milagrosos resultados turísticos a corto plazo, cuya toxicidad fue generando perjuicios in crescendo para las estrategias turísticas venideras, y en ello seguimos. La historia del Turismo, mal ejercido por casi todos los responsables de velar por su desarrollo, es una sucesión de bondadosas intervenciones a corto plazo que se convirtieron en deletéreas a la postre. El estado de nuestra actual industria turística es el resultado de consecutivas intervenciones inconexas sobre los síntomas del problema, sin prestar atención ninguna a las causas-madre del mismo en defensa del funesto «y mañana Dios dirá». Y, lo que es peor, sin haber tomado consciencia de que cada solución, en sí, es un microsistema con plena capacidad individual de condicionar y/o influir, positiva o negativamente, en el desarrollo futuro del propio objeto.

El reciente anuncio de nuestro consejero Marín me ha trasladado a un pensamiento de Jiddu Krishnamurti cuando explicaba que la descripción no es lo descrito. «Puedes describir una montaña, pero la descripción no es la montaña, y si te quedas atrapado en la descripción, nunca verás la montaña», decía el filósofo indio. El señor Marín, con lícita oportunidad, le ha hincado el diente a un proyecto relumbrante y complejo, que, aunque bondadoso, nada tiene que ver con las verdaderas prioridades de los destinos maduros andaluces y, en especial, con la Costa del Sol. Salvo que pretendamos seguir escribiendo páginas y más páginas en la voluminosa obra 'Más de lo mismo', la prioridad en estos momentos no tiene nada que ver con la comercialización vista de manera aislada.

La intención del proyecto 'Andalusian Silicon Valley', tan colorista como la de la puesta en marcha del propio Andalucía Lab, insiste en focalizar los síntomas y no las causas. Los desequilibrios turísticos que primorosamente hemos brocado con la habilidad artesana más preciosista a lo largo de los años conforman las debilidades sustanciales de nuestros destinos en este momento. Así de claro. Y eso es razón suficiente para que nuestro vicepresidente y consejero de Turismo y Justicia asuma como deber la responsabilidad de llegar al núcleo de las capacidades de carga de nuestros destinos y, desde esa atalaya, propicie la legislación suficiente para que ninguna acción, o sea, absolutamente ninguna acción, pueda condicionar nuestros sucesivos futuros a partir de su mandato.

Decía Sócrates que la verdadera sabiduría reside en reconocer la propia ignorancia, de lo que es razonable intuir que el verdadero acierto reside en reconocer los propios errores.

¿O no?