De vez en cuando recuerdo en estos tiempos turbios aquel jueves a principios de noviembre, hace ya unos 8 años. Fue un día complicado para los periodistas llegados a la ciudad francesa de Cannes para cubrir la reunión del G-20, protagonizada por los líderes de la economía mundial. El intento del presidente de un pequeño país, con una precaria economía, Grecia, de organizar entonces un referéndum para que los ciudadanos griegos votaran sobre las medidas que la Eurozona les exigía, había cambiado radicalmente la aguja de marear y el contenido de esa magna reunión internacional.

Para el entonces presidente francés, Nicolás Sarkozy, aquello fue algo decepcionante. Al fin y al cabo esa reunión del G-20 había sido convocada por él para intentar reconducir la economía mundial hacia una trayectoria que la apartara de los peligros de una recesión. Aunque al final alguien salió ganando de todo aquello: la ciudad anfitriona. Al corresponder a Francia la presidencia de la reunión, Sarkozy había decidido que ésta tuviera lugar en Cannes, en el corazón de la Costa Azul. Buena idea para un país que desde hace años suele tener el primer puesto en el ranking mundial del turismo con mayúscula. Tanto en número de visitantes como en ingresos, sencillamente son imbatibles. Sin olvidar los ilustres comienzos de Cannes en 1835, gracias al mecenazgo de un docto noble escocés, el primer Barón de Brougham y de Vaux. No Lord Brougham, como se proclama hoy en el monumento levantado en su honor en la admirada ciudad.

La ciudad de Cannes tiene una bien ganada fama de ser uno de los lugares turísticos que mejor funcionan en este planeta. Entre otros motivos por tener una identidad turística muy definida, muy consolidada por sus éxitos, sin vaivenes ni peligrosas tentaciones. Con una poderosa y envidiable máquina de marketing institucional para promocionar sus atractivos. No en vano el marco escogido por el G-20 en realidad sería la misma ciudad. Y en ella, el rincón considerado el más atractivo de su repertorio. En un extremo de su famoso paseo marítimo, la Promenade de la Croisette, con sus elegantes hoteles, con la ciudad antigua y el puerto de yates al fondo. Ambos siempre 'chic' e inconfundiblemente mediterráneos. Ambos objetos del deseo de los que buscan la belleza inteligente que no hace concesiones a la vulgaridad, peligrosamente miope.

Lo dijo desde aquel lugar la marmórea comentarista Tanya Beckett a través de las cámaras de la BBC. Con la autoridad que da ser la televisión internacional con mayor credibilidad del planeta. Cannes se había convertido esos días en el objetivo de la atención mundial. La inesperada noticia del posible referéndum griego había hecho saltar las alarmas. Muchas personas siguieron los comentarios de los expertos que les hablaban desde la hermosa ciudad del sur de Francia. De alguna forma, la magia mediterránea suavizó la situación. Y algo cambió. Gracias en parte al relajante paisaje que se divisaba detrás de Tanya Beckett y sus colegas. Aquellas casas color pastel junto al mar y aquel puerto luminoso, encantadoramente mediterráneo. Convertidos en símbolos de lo mejor que la vida nos puede ofrecer. Verdaderamente no hay dinero en el mundo que pueda pagar una publicidad de ese calibre. A la ciudad de Cannes le salió gratis. Y además esos hoteles en su zona de influencia, como el legendario Hôtel du Cap d'Antibes, no tendrán problemas el próximo verano ni el siguiente para seguir cobrando 1.000 euros por noche por una de las habitaciones más baratas de su oferta. Por supuesto, el desayuno no está incluido. El primer Barón de Brougham se puede sentir orgulloso de sus aventajados discípulos.