No es la política, sino el matrimonio, el que hace extraños compañeros de cama. Consciente, quizá, de ese principio marxista enunciado en su día por Groucho Marx, el líder de Podemos requiebra una y otra vez al socialdemócrata Pedro Sánchez para que le permita contraer nupcias con él en el altar del Gobierno. El apuesto novio insiste, sin embargo, en mantener la soltería: y todo sugiere que va a incurrir en ese vicio solitario cuando llegue la hora de nombrar ministros. A Sánchez lo inspiró ya, años atrás, el modelo de nuestro vecino Portugal. Allí gobierna, como es sabido, el Partido Socialista de Antonio Costa en solitario, si bien no en soledad. Le apoyan desde la Asamblea el Partido Comunista -que es de la rama dura dentro del gremio- y el Bloco de Esquerda, que viene a ser una versión lusitana y por tanto menos chillona de lo que aquí representa el partido de Pablo Iglesias (el joven). La fórmula le ha funcionado de maravilla a Costa, que satisface con una mano a los poderes de hecho y con la otra a los trabajadores, en un admirable ejercicio de equilibrismo. Lejos de sumir a su país en el caos y la "gerigonça" -como temían los conservadores-, el Gobierno socialdemócrata pactado con los comunistas redujo el paro en Portugal, mejoró las prestaciones sociales y bajó a un 0,6 el déficit. Por si ello fuera poco, aún le quedó margen de maniobra para bajar algunos impuestos y, aunque parezca mentira, el precio de la luz. Una política lo bastante ortodoxa desde el punto de vista económico como para merecerle a este extraño frente popular los parabienes de la Comisión Europea, del Fondo Monetario Internacional y hasta de las puntillosas agencias de calificación crediticia. No extrañará que tamaño logro haya sido calificado de milagro en el país de la mismísima Virgen de Fátima, que acababa de salir -el país, no la Virgen- de una tremenda intervención a cargo de los hombres de negro de la Troika. Sánchez fue el primero en fijarse en el modelo portugués, hasta el punto de viajar allí hace un par de años para inspirarse, se supone. Todo lo contrario que Iglesias, quien apostaba más bien por el ejemplo de Grecia, donde el izquierdista Tsipras aceptó compartir gobierno con un pintoresco partido ultranacionalista del que se acaba de divorciar a principios de este año. El éxito lusitano y el muy mejorable desempeño de la izquierda griega invitan a pensar que Sánchez había escogido más adecuada pareja de baile. Animado, quizá, por los buenos resultados de la experiencia de Lisboa, no es improbable que Sánchez acabe formando también aquí un gobierno monocolor basado en los pactos a la portuguesa. Por mucho que Iglesias porfíe en reclamar su cuota de ministros, parece lógico que el líder socialdemócrata español prefiera la fórmula del mando en solitario, bajo el principio de estar juntos, pero no revueltos. No solo vamos a ir a Portugal por toallas, hombre.