Los políticos han cogido la mala costumbre de anticiparse a los ciudadanos, tomando decisiones que estos deberían conocer y validar, o no, en primer término. Es algo muy básico pero, con mucha frecuencia se incurre en esta práctica que cree en la preeminencia de aquello a lo que se aplica, dando derecho a quienes se identifican con la superioridad, a dominar, controlar o gobernar a aquellos que no lo hacen.

El parlamento de Cataluña ha rechazado la decisión que los altavoces socialistas comunicaron a las terminales de la opinión en el sentido que Miquel Iceta, que no es senador, sería el presidente del Senado. Lo que se llama dos en uno. Se pretendía así forzar la máquina de tal manera que alguien que ni siquiera es miembro de la Cámara Alta, fuera elegido por el sanedrín de los notables. A puerta cerrada y a espaldas de los electores, que se enteran gracias a los periódicos.

¿No lo podían haber pensado antes? Si se hubiese presentado al Senado por la lista de Barcelona y, una vez designado senador, se hubiera planteado su candidatura a la presidencia del Senado (que cuenta con mayoría absoluta socialista) lo habrían sacado adelante y se habrían evitado este tropezón. Y, de paso, un mal rato para un político todoterreno.

Los republicanos catalanes, que tienen a su líder en la cárcel, han afeado a los socialistas que no comunicasen la candidatura al resto de grupos, antes de dar por hecho que sería el nuevo presidente del Senado. Y no les falta razón cuando explican su bloqueo: «Sánchez no puede tomar una decisión por el Parlament y esperar que lo ratifique sin más».

De paso, quienes habían pedido al candidato que visitase a los presos, sin haber logrado el propósito, han recriminado su pasado apoyo a la aplicación del artículo 155, tras la declaración unilateral de independencia.

La papeleta con la que se ha encontrado la nomenclatura socialista, hasta su rechazo, es que el líder catalán necesitaba ser ratificado en sede parlamentaria como senador autonómico, antes de dar el paso a la Cámara Alta.

La respuesta de los socialistas catalanes ha sido, cómo no, en clave territorial, acusando a los republicanos de «hacer perder a Cataluña una oportunidad». Y de paso, los insurrectos han metido la cuña: «Cuando respeten a los diputados, cuando respeten Cataluña, cuando respeten nuestras instituciones, podremos hablar de una solución política». Sin novedad, señora baronesa.

El primer secretario de los socialistas de Cataluña que quiso ser librero, iba para químico y abandonó los estudios para dedicarse a la política, ha pasado por todos los tramos del escalafón: concejal, director de análisis en la Moncloa, congresista, diputado autonómico, secretario general del PSC y dos veces aspirante, «Solucions, ara Iceta» a la presidencia de la Generalitat (la primera con magra cosecha: 16 escaños).

En definitiva, un apóstol del tercerismo irredento, notable de la política catalana, que siempre ha estado dispuesto a abrir la vía federalista.

El revés al efugio, por parte del secesionismo, que acaba de sacar unos excelentes resultados en las generales, fruto de la moderación y el pragmatismo, provocó la reacción airada del arquitecto de la solución que ve arruinado su plan: «no están vetando a Iceta, sino a la convivencia, al entendimiento y al diálogo; demuestran tener miedo a las soluciones».

Siempre se imponen las frases rimbombantes y huecas, huyendo de explicaciones sencillas que ayudarían a entender mejor los recodos de las decisiones.

Este tipo de refrendos siempre han sido un mero trámite, consecuencia de la urbanidad catalana. Pero la acrimonia derivada del procés lo ha descarriado. Y por primera vez se han plantado, al considerarlo una falta de respeto: «no puede pretender que el parlamento se limite a acatar sus decisiones; no somos sus súbditos».

Sánchez se aferra al 28,68% que sacó en las generales para proclamar que «las fuerzas políticas deben escuchar qué ha dicho la sociedad española», en este caso, el ascenso a la presidencia del Senado del primer catalán, «socialista, catalanista, federalista, dialogante y partidario de encontrar una solución política al problema que tiene Cataluña».

Miquel Iceta simboliza, dentro del socialismo, la figura más conciliadora con el independentismo catalán. Hasta los días previos al referéndum del 1 de octubre, defendió una vía que evitara la aplicación del 155 en Catalunya. «Ni DUI (declaración de independencia) ni 155».

Pero ahora, un error de cálculo del presidente en funciones le ha dejado a las puertas de convertirse en la cuarta autoridad del Estado, al «hacer un menosprecio de la soberanía», según dicen los que debían hacerlo posible.

El político catalán no se merecía este lamparón y habría aportado -además de concordia- alegría y frescura al Senado que falta le hace, pues no se puede circunscribir su razón de ser a la puesta en marcha de un artículo de la Constitución.

Pero cuando la democracia pierde usos y costumbres, atajando los procedimientos y saltándose la liturgia, se encuentra con estos accidentes de recorrido, por otra parte, tan evitables, aunque el vocero republicano haya insistido en que «el no ha sido inevitable».