Aunque el PSOE intente apropiarse de la victoria en las generales, el triunfo corresponde en exclusiva a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno presente y futuro no depende de ningún partido, por mucho que guarde las formas. En más de una ocasión debe haberse planteado que, sin siglas, hubiera mejorado sus 123 diputados vigentes. La imagen de Felipe González implorándole que salvaguarde las esencias del socialismo antiguo, es la principal prueba del disfrute del poder en soledad. El incidente Iceta ha tenido la virtud de recordarle episódicamente a Sánchez la vigencia de instituciones llamadas Parlaments, un freno a los presidencialismos absolutistas.

Se han desmenuzado tantas interpretaciones esotéricas de Maquiavelo, que a nadie le extrañaría que su príncipe retratara a Fernando el Católico o Lorenzo de Médici, para prefigurar en realidad el advenimiento de Pedro Sánchez. La adscripción no procede de una insolación, goza de sustento teórico. El renacimiento maquiavélico consta en el libro El regreso del Príncipe, escrito por el profesor Vincent Martigny y que radiografía la llegada al poder de lobos solitarios sin adscripción partidista.

La victoria de Sánchez llegó tarde para incluirlo en el volumen pero, con su inesperada consagración individual y apartidista, se inscribe en la tradición de Macron, Trudeau, Salvini o Trump. Todos ellos merecen la atención de El regreso del Príncipe, junto con Bolsonaro, y se caracterizan colectivamente porque "saben aprovechar las oportunidades. El kairos o arte de atrapar el instante es para ellos una práctica política corriente. Macron, Trump, Zuzana Caputova en Eslovaquia o Volodymyr Zelensky en Ucrania han conquistado el poder de esta manera, por no desperdiciar su opción".

Al crear una categoría en la resbaladiza arena política, siempre existe el peligro de que acabe abarcando a todos los gobernantes por generalización. De ahí que proceda enumerar a los estadistas que representan la imagen especular de los príncipes rupturistas. La ortodoxia de los antipríncipes viene representada por Hollande, Merkel o Blair. Una vez alineados los bandos, puede sorprender que el papel de detonante sea asignado a Obama, catapultado gracias a una utilización de los recursos digitales que agrandaba la imagen carismática del líder sin obligarle a transparentar su ideología.

Se alegará que, a diferencia de su vecino Macron, el presidente del Gobierno español no ha creado un partido a su imagen y semejanza. Sin embargo, fue físicamente defenestrado de Ferraz, en uno de los capítulos más sonrojantes de la transición. La reconquista vengativa de su feudo original, en el más puro estilo del conde de Montecristo, representa una maniobra más atrevida que la emancipación llevada a cabo por el presidente de Francia. Al igual que los otros protagonistas de ascensos meteóricos, también Sánchez boxea con la guardia baja como Cassius Clay. Los golpes no lo debilitan, lo endurecen.

Empezando por Sánchez, los nuevos príncipes maquiavélicos no se caracterizan por la debilidad de sus enemigos externos, sino sobre todo por la ausencia de rivales internos. El presidente del Gobierno español no necesita consultar al sanedrín del PSOE. Hace exactamente un año, interpuso la moción de censura contra Rajoy antes de elevar consulta a la cúpula de su partido. Quienes discutan su condición principesca, deberán recordar que ya ejerció de Rey en las audiencias postelectorales con los jefes de cartel del Congreso. Todos los convocados acudieron dócilmente a La Moncloa, se dejaron acariciar como mascotas.

Los príncipes regresados se nutren de la desolación de su entorno. Sánchez se beneficia del naufragio a su alrededor, con cuatro perdedores tan acreditados como Casado, Rivera, Iglesias y Abascal. Ninguno de ellos alcanzó resultados plenamente satisfactorios. Prefieren evitar al vencedor, los líderes de PP y Ciudadanos la emprenden a golpes para evitar la figura presidencial. En el debate político más animado, solo se compite por la figura de jefe de la oposición.

Los príncipes emocionales están sometidos a plazos de caducidad de duración menguante. La efervescencia de su llegada al poder consume aceleradamente sus plazos de vigencia. Trump ha sobrevivido paradójicamente gracias a los ataques excesivos que ha recibido, una oposición más sosegada hubiera remarcado sus trazos inaceptables sin los recelos que introduce la hipérbole. Macron confundió el encargo y, sintiéndose inexpugnable, se puso a trabajar para los clientes de la banca Rothschild donde había velado sus primeras armas. Sánchez arrastra menos vicios de origen que sus colegas, pero también ha creído que sus arrebatos de buena suerte le otorgaban un poder principesco. Los chalecos amarillos demuestran que la felicidad nunca es absoluta, y florecen en los campos más inesperados.