El alcalde De la Torre ha propuesto llenar la ciudad de desfibriladores. Tal vez para aliviar el infarto que a más de uno le pueda dar de ver tantas promesas incumplidas. Por todos. Prometer desfibriladores es una promesa que siempre se hace de corazón.

Juan Cassá, candidato de Ciudadanos, habla de la cuarta modernización de Málaga sin que nos hayamos enterado de cuál es la tercera. Imaginamos que la primera fue la romanización. La segunda la dejamos a elección del lector, aunque el lector, ya de elecciones va bien servido. Nadie promete un parque temático arqueológico sobre la civilización fenicia, los fenicios, que fueron los que nos fundaron como ciudad. Allá en la desembocadura del Guadalhorce está lo que fue la gran urbe, Malaka, colonia de comerciantes y aventurados marineros mediterráneos.

No sabemos qué le pasa a esta ciudad que no sabe qué hacer con los ríos, parece que estorban, se hacen un lío. Dejan que se llenen de mosquitos, hacer una pasarela sobre su cauce parece más complicado que levantar el Golden Gate. Esperemos que no sea aversión al agua.

Santiago Abascal, que luce muleta estos días, se dio una vuelta por Málaga, vuelta fugaz, visto y no visto, venía de El Ejido, donde tiene más clientela política, y se iba para Madrid, así que antes de coger el AVE se dejó fotografiar con sus corresponsales en la ciudad, corresponsales arrobados y rendidos a su atractivo. Con unas gafas de pasta pasaría por hipster de periferia; sin ellas, la camisa desabotonada parece más marcial, un legionario con el sábado libre. Abascal dijo que «Málaga es un caso especial porque su alcalde ha sido, o es, muy querido aunque le ha sobrado su último mandato». La frase es clara pero pudiera contener un arcano.

La campaña va avanzando a trote cochinero. Un demagogo, tal vez un articulista simplificador, diría que «los políticos se pelean mientras la gente trata de llegar a fin de mes», pero son más bien ahora los políticos los que tratan de llegar a fin de mes, o sea, tratan de sacar una concejalía que les permita vivir si no del cuento sí al menos del relato político, lo primero es la ciudad y tal.

Conste que con esto de las alcaldías se nos olvidan las europeas. Las elecciones, queremos decir. Un puesto de eurodiputado, eso sí que es releche, si bien cabría decir mejor la euroleche, a no ser que te dé susto el avión, hay que ir mucho a Bruselas, un trajín, un ajetreo, un estrés. Y lo mismo no hay ni quien prometa desfibriladores. Tal vez por eso alguna gente vote con el corazón encogido, disgustado como si estuviera viendo Eurovisión.