Si yo le hablo de un maltratador que, según sentencia condenatoria, golpeó en repetidas ocasiones a su mujer con las manos, un paraguas y un zapato, causándole diversos hematomas y contusiones en cabeza, hombros, brazos, glúteo y muslos, seguro que a usted, querido lector, le nace una irreprimible sensación de asco y rechazo. A mí también. Y si le digo que esas lesiones del todo incompatibles con una caída por las escaleras tardaron 20 días en sanar, así lo corrobora el informe médico forense, seguro que usted siente náuseas. Y muy bien que hace. Si yo le digo que, además, ese cobarde machista fue negociador con la banda terrorista ETA, se sentó a la mesa con Josu Ternera, y que, tras la reciente detención del etarra fugado, ha calificado de héroe de la retirada al mítico jefe político de la sangrienta organización, seguro que usted ya muere atragantado con su propia bilis. Haciendo nuestro el vomitivo razonamiento sólo alcanzamos una conclusión: Adolf Hitler fue artífice del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Pero si yo le digo que ese deleznable personaje se llama Jesús Eguiguren, histórico exdirigente socialista que, en boca de su antigua compañera de partido, Rosa Díez, cuenta con el apoyo y beneplácito del vigente aparato de mando del puño y la rosa, la cosa ya se vuelve más insoportable. Si cabe.

La detención de Josu Ternera por la Guardia Civil es un hito que por deseado y esperado no pierde ni un ápice de grandeza, y pone voz a los niños y niñas asesinadas en 1987 en atentado con bomba perpetrado en la casa cuartel de Zaragoza. Silvia Pino, Ángel Alcaraz, Silvia Ballarín, Rocío Capilla y las hermanas Miriam y Esther Barrera. Repitan sus nombres, grábenlos, porque esa es la única memoria histórica válida. Seis ángeles, seis, cuyos pequeños féretros blancos fueron pisoteados a posteriori por los politicuchos de turno que aspiraron a pasar a la Historia con la falsa vitola de haber acabado con ETA a cambio de una paz dudosa.

Y digo dudosa porque en su flamante libro, Yo confieso, Mikel Lejarza (El Lobo) narra sus desventuras tras 45 años al servicio del espionaje español, parte de ellos infiltrado en ETA, y llega a una conclusión desoladora: el fin de ETA aún no ha llegado. De hecho, y dándole la razón, el asesino Iñaki Bilbao dijo en conversación grabada en 2018, hecha pública hace dos semanas, que si tuviera la más mínima oportunidad volvería a empuñar un arma para retomar la lucha. Y no está sólo en esa locura. Los presos Daniel Pastor, Jon Kepa Preciado, Ibai Beobide y Saioa Sánchez le secundan. Pero, cosas de la vida, desde la cárcel lo tienen jodido. Por ahora.

Existen pocas voces más autorizadas que la de Lejarza para afirmar rotundamente que ETA sigue viva. A un nivel testimonial, anecdótico si lo prefieren, pero lo cierto es que no paran de sucederse enaltecimientos y homenajes de Bildu, cuyos parlamentarios acompañan como mariachis a Junqueras en su toma de posesión del lunes, y Sortu, quienes demuestran que los lobeznos de la jauría abertzale están sedientos de imitar a sus mayores.

Recientemente confesó Fernando Jáuregui, periodista de pasillo sin igual, hábil funambulista de la penumbra, que, una vez fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, se sentía libre de desvelar una reunión que ambos mantuvieron en el despacho del finado ministro del Interior años atrás. Según el periodista, Rubalcaba le enseñó el comunicado anunciando el fin de ETA que la propia banda haría público 48 horas más tarde, y le reconoció de una forma más o menos tácita que los servicios de inteligencia siempre habían tenido localizado a Josu Ternera. Ahí lo dejo.

370. Ese es el número de asesinados por ETA cuya autoría individual aún no ha sido esclarecida. 370 muertos que esperan luz, verdad y justicia. Así que, Eguiguren, hasta que no se resuelvan todos y cada uno de ellos, hasta que no se detenga a los 20 etarras que siguen escondidos como ratas con orden de busca y captura, cállate la boca. No susurres, no murmures, no musites. Chitón. Porque héroes son los guardias civiles y policías nacionales que dieron su vida por acabar con ETA. Héroes son sus viudas y huérfanos. Héroes son todos los que día a día conviven en Euskadi intentando perdonar lo imperdonable y olvidar lo inolvidable. Los demás sois escoria que pasaba por allí con interinidad y alevosía.

Escúchame bien, Eguiguren. Mejor parecer imbécil y permanecer callado que hablar y demostrarlo. Tú, y todos los que disculpan tus acciones, los que reinterpretan con buenismo tus palabras, los que te sujetan, los que comulgan con tu rueda de molino, los que no te condenan y los que blanquean tu imagen, me dais asco.