A un servidor, nada más oír el nombre de Darío Silva hace que se le erice la piel por la emoción que recorre todo mi cuerpo al echar la mirada hacia atrás y recordar el coraje y pundonor que en cada partido transmitía el uruguayo cuando pisaba La Rosaleda vestido con los colores blanquiazules de nuestro querido Málaga C.F., contagiando al resto de sus compañeros en el camino «hacia la victoria siempre» como decía aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia€

La llegada de Darío al Málaga en la temporada 1999-2000 supuso el comienzo de una era maravillosa tras el ansiado ascenso a Primera División. Recuerdo que aquel año batimos todos los récords posibles de abonados de la ilusión que nos generó el equipo, en especial la dupla formada por Darío y Catanha, en primera instancia, y luego la «Doble D» junto a Dely Valdés en la delantera que causaba estragos allá por donde iban, con nuestro querido Joaquín Peiró al frente del plantel.

Llegó sin hacer mucho ruido pero conforme avanzaban las jornadas su brega por cada balón, el amor propio que ponía en cada partido y su omnipresencia sobre un terreno de juego partido tras partido, hacían que le viese como la reencarnación propia de don Alfredo Di Stéfano en La Rosaleda. Con el pitido inicial del colegiado su carácter tranquilo y afable daban paso a una sobreexcitación que le hacía convertirse en un verdadero animal dentro de la cancha. Y es que se me vienen a la cabeza dentro de sus 46 internacionalidades con la selección charrúa aquellos fantásticos goles a Brasil o Argentina, en los que desde la defensa le hacían llegar un verdadero melón por los aires que él se encargaba de bajar al piso y tras zafarse de cuanto defensa le saliese al paso lograr alojar el balón en el fondo de la portería rival. Sin olvidarme como no del famoso gol a Australia en la eliminatoria de repesca que clasificaría a Uruguay para el Mundial de Corea y Japón 2002. Cómo enloquecían las barras malacitanas y uruguayas con aquellas acciones y a cuantos jugadores no hizo grandes con su forma de jugar al igual que haría la «Saeta Rubia» allá por los años cincuenta del pasado siglo.

Entre sus grandes logros contabilizamos dos ligas con Peñarol de Montevideo, algún que otro trofeo «Pichichi» y, cómo no, el mayor título jamás conquistado dentro de la dilatada historia del Málaga, la Copa Intertoto de la temporada 2002-2003, lo que llevó a toda la ciudad malacitana a vivir una fiesta solo equiparable a algún ascenso a Primera División de antaño. Jugó más y mejor que en ningún otro equipo, 115 partidos, y marcó 37 goles, más que con cualquier otra camiseta y en su haber el gol más rápido de la historia de la liga anotado en la Rosaleda ante el Valladolid el 10 de diciembre de 2000 a los siete segundos del comienzo del partido.

Aquélla, la 2002-2003, sería su última temporada vestido con los colores del equipo de nuestra ciudad dejando atrás un enorme vacío que con el paso del tiempo nunca logró ser reparado. Su carácter y espíritu jamás llegó a ser suplido por ningún otro jugador, retrotrayéndonos siempre a aquel equipo de leyenda construido en torno al Di Stéfano del Málaga, el gran Darío Silva y que tantas tardes de domingo nos hizo disfrutar.

Sirva este artículo en su homenaje tras ver hace unos días el pequeño reportaje emitido en TV sobre la situación actual de Darío Silva en la que le etiquetaban como camarero en una famosa pizzería malagueña de Guadalmar, la «Frascati» de nuestro amigo Antonello. Lejos de la realidad y con todo el respeto a la profesión de camarero que hace ya algunos años ejercí con mucha honra, deciros que Darío es un cliente asiduo de allí y que aunque la realidad marca que sus representantes le estafaron casi todo el dinero ganado con el sudor de su trabajo ya que el gran amor que sentía por el fútbol jamás le distrajo de sus menesteres para hablar de sumas económicas. Darío hoy por hoy es feliz junto a su familia y amigos en Málaga, pero es cierto que una parte de su corazón se encuentra vacía y esa es la relacionada con el club de sus amores, el Málaga, CF. Y desde aquí hago un especial llamamiento al presidente de la entidad, Abdullah Bin Nasser Al Thani, para que convierta a esta leyenda viva del malaguismo en «Embajador del Club», ofreciéndole un trabajo digno y a la altura de todo lo que él entregó a principios de este siglo al club de Martiricos.