En el exitoso libro «Cómo hacer que te pasen cosas buenas» de Marian Rojas Estapé, que lleva 12 ediciones en un año, me he encontrado de nuevo (la conocía desde hace tiempo) con una simpática anécdota de Don Miguel de Unamuno, ilustre rector de la Universidad de Salamanca. Aunque la conozca el lector (o lectora) quiero traerla a colación para abrir estas reflexiones sobre el autoconcepto y la autoestima (es evidente la diferencia y la similitud de estos dos conceptos).

Miguel de Unamuno fue galardonado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Cuando el Rey Alfonso XIII le hizo entrega de la distinción, el famoso pensador le dijo al Monarca:

- Quiero agradecer a Su Majestad este reconocimiento tan merecido.

El Rey, sorprendido, le dijo:

- Casi todos los premiados dicen que no merecen la distinción que se les entrega.

Unamuno, incisivo como siempre, apostilló:

- Es que en todos esos casos era verdad.

El gran pensador de la generación del 98 tenía claro quién era y cuánto valía. No había, en su autoconcepto y en su autoestima, ni el menor rastro de una patología emocional. Unamuno sabía valorarse en su justa medida. Y eso tiene mucho que ver con la salud emocional y, por ende, con la felicidad.

«La autoestima y la felicidad están íntimamente relacionadas. Una persona en paz, que tiene cierto equilibrio interior y que disfruta de las cosas pequeñas de la vida, normalmente tendrá un nivel de autoestima adecuado», dice Marian Rojas. Y yo añadiría: y al revés.

El sábado pasado hablé en este espacio de la formación emocional de los docentes. Y éste es uno de los pilares del desarrollo emocional de las personas: cómo se conocen a sí mismas, cómo se valoran, se respetan, se aceptan, se tratan y se quieren. Sin una buena autoestima será muy difícil alcanzar la felicidad, relacionarse con los otros de forma positiva y tener aspiraciones estimulantes en la vida.

Hay quien muestra hacia cualquier otra persona mucha más estima, respeto, comprensión, admiración y afecto que a sí mismo: perdona a otros más fácilmente un error, valora más lo que hacen, comprende mejor sus motivos y respeta más sus decisiones que las propias.

Es importante pensar cómo se configura una buena autoestima. Creo que influye mucho en ese proceso lo que esperan los demás de nosotros. Si no esperan nada y así nos lo hacen saber, es más que probable que nosotros no esperemos conseguir nada. En segundo lugar está la consecución de logros desde los que se pueda saltar hacia otros logos. Por eso es importante propiciar que consigan éxitos motivadores que otros nuevos. La reflexión rigurosa sobre nuestra condición de personas, sobre nuestros valores y capacidades es un pilar de la construcción de la autoestima.

Creo que los niños y los adolescentes de hoy tienen problemas con su autoestima. Aunque es necesario recordar que «todas las generalizaciones son erróneas, ésta incluida», como dice Alexander Chase en su obra Perspectivas, escrita en 1966. ¿Y cómo está la autoestima de los docentes y las docentes?

En los talleres que dirigí en Barcelona el fin de semana pasado en Barcelona hice dos ejercicios al respeto. En uno de ellos les pedí que escribieran el nombre de la persona más importante de su vida. Les hice algunas sugerencias al respecto: si tenéis varios hijos, escribid con tranquilidad el nombre del elegido ya que los otros nunca lo sabrán, si tenéis un amante, nadie tendrá constancia que habéis escrito su nombre€ Solo cada uno conocerá quién es esa persona.

Escribieron el nombre de la persona elegida. A continuación les dije que tenía una caja mágica (efectivamente, la tenía allí en mis manos). Es mágica, les dije, porque no solo contiene la respuesta de uno sino la de todos. Les dije que, quienes deseasen conocer el nombre de la persona más importante de su vida, pasasen a leerlo en la caja mágica. Fueron saliendo de uno en uno. Les pedí que no dijeran, como es lógico, el nombre de la persona que aparecía dentro de la caja. Los que salieron, miraron en el interior, me dirigieron la mirada y una sonrisa de forma cómplice y se sentaron. Los demás descubrieron pronto la clave. Se imaginaron que dentro de la caja había un espejo. Y así era. El espejo devolvió a cada uno su propia imagen. No pregunté cuántos habían escrito su propio nombre pero, dadas las caras y los gestos, deduzco que ninguno.

Les propuse luego otro ejercicio para comprobar si la autoimagen propia coincide con la que tienen los demás. En una tabla de doble entrada tienen un catálogo de características de la personalidad. Por ejemplo Expresivo-reservado, Simpático-antipático. La persona se califica en una gama que va del 0 hasta el 3 hacia la izquierda (expresivo) y del 0 hacia el 3 hacia la derecha (reservado). Y marca el 0 si no ve mejor opción en una dirección u otra.

Luego se unen hacia abajo los puntos marcados, de manera que aparece un perfil. Entregaron luego una hoja similar a otra persona del grupo. Esa persona trazó el perfil del compañero. Luego superpusieron las gráficas y dialogaron sobre las similitudes y las discrepancias.

A veces entrego una hoja limpia para que hagan copias. Pueden pedir que se la rellenen tres tipos de personas: que las conozcan muy bien (pareja, padres, amigos), que las conozcan poco (compañeros de trabajo) y que solo las conozcan a primera vista. De esa forma podrán contrastar la imagen que tienen de sí mismos con la que tienen los demás sobre ellos. Y dialogar sobre lo que hay coincidente y discrepante.

Se puede educar la autoestima. Hay mucha bibliografía al respecto, aunque muy desigual en su rigor. Las pautas educativas familiares, el ambiente escolar, las habilidades para solucionar problemas, los éxitos alcanzados, las habilidades sociales€ contribuyen a fraguar un buen autoconcepto. La crítica patológica, las distorsiones cognitivas, el rechazo sistemático, la falta de amor, ayudan a destruirlo.

Existe una forma simplista y engañosa de desarrollar la autoestima. Una forma que se cimenta en un narcisismo casi ridículo. No se puede hacer una felicitación entusiasta por saber responder con el propio nombre y los dos apellidos, como he visto hacer a algunos profesores en una clase de inglés. Una cosa es la dignidad y otra la capacidad y el mérito. Todos tenemos la misma dignidad, y los mismos derechos y todos merecemos el mismo respeto. Todos necesitamos estar seguros de nosotros mismos. Pero no todos tenemos las mismas capacidades.

Luis Rojas Marcos, psiquiatra neoyorkino nacido en Sevilla, a quien no hay que confundir con Enrique Rojas Montes, catedrático de psiquiatría en la Universidad de Extremadura, padre de la autora del libro que he citado anteriormente, escribió un interesante libro titulado lapidariamente así: «La autoestima». Casi trescientas páginas de reflexiones bien ordenadas y expuestas sobre esta cuestión que a todos nos afecta.

Cuenta Rojas Marcos que hubo hace años en California un insólito movimiento político, liderado por el senador John Vasconcellos. En 1988 los legisladores californianos votaron por unanimidad una «Ley de autoestima». La premisa de esta política era que la baja autoestima constituía la base de la falta de responsabilidad personal y social de la población. La pretensión de la ley consistía en impulsar entre los ciudadanos y ciudadanas una valoración positiva de sí mismos, lo que previsiblemente llevaría la disminución de seis lacras sociales de la América del siglo XX: el crimen violento, el maltrato doméstico, el abuso de alcohol y otras drogas, los embarazos de adolescentes, el fracaso escolar y la dependencia crónica de las prestaciones de la Seguridad Social.

Esa ley se tradujo en intervenciones simplistas que consistían en tratar de borrar sentimientos como «no me gusto» o «soy inferior» y de sustituirlos por otros como «¡quiérete a ti mismo» , o «eres el mejor»€ Pero olvidaron otras dimensiones como el esfuerzo continuado, la capacidad de sacrificio, la superación de los fracasos€

No tuvo la ley las virtualidades que se le presuponían. Por muchos motivos no acabó con los males que pretendía exterminar. Porque esa no era la única causa de los mismos y porque la superficialidad y la falta de especificad de los programas de formación resultaban ineficaces.

No vale, pues, hacerlo de cualquier manera. Hay que cultivar la autoestima de forma rigurosa, persistente y esforzada. Es muy importante. Decía Nathaniel Branden en su libro «Honrando el yo» (1983): «De todos los juicios que hacemos a lo largo de la vida, ninguno es tan relevante como el que hacemos sobre nosotros mismos, porque este juicio es el motor de nuestra existencia».