El Gobierno y el Banco de España han observado atentamente la evolución del precio de la vivienda para concluir que no hay sobrevaloración. Todo está en orden según los técnicos encargados del estudio y así se lo hemos comunicado a Bruselas.

- ¿Para qué vamos a preocupar a los belgas innecesariamente? -se habrán preguntado.

Quizá lleven razón, para qué darles un disgusto a los belgas. Ahora bien, y esto que quede entre nosotros, el Gobierno y el Banco de España mienten como bellacos. Los precios de los alquileres y de la venta de pisos se ha inflamado como cuando antes de la burbuja. Estábamos allí y contemplamos los destrozos del reventón. De hecho, todavía no nos hemos recuperado. ¿Por qué, entonces, volvemos adonde solíamos? Porque quienes vuelven no somos ni usted ni yo, sino los fondos de inversión extranjeros que compran masivamente para especular con este bien de primera necesidad. Cualquiera que tenga dos ojos sabe que los alquileres están muy por encima de lo salarios y que la compra resulta inalcanzable para la inmensa mayoría de la población, sobre todo de la población joven.

Espero que estas líneas no se lean en Bruselas, por cuyo bienestar psicológico tanto se preocupan nuestras autoridades. En otras palabras, que esto no salga de aquí, pero no caigan en la trampa tampoco de creerse lo que nuestros técnicos les cuentan a los belgas. Seguramente, más que por maldad, lo hacen por evitar una alarma innecesaria. Acuérdense de que Zapatero seguía llamando desaceleración a la crisis bajo cuyos escombros estuvimos a punto de perecer. ¿Acaso el presidente del Gobierno, con más de un centenar de asesores, no sabía distinguir un ligero movimiento de tierras de un tsunami? Imposible. No habría llegado a presidente (eso es al menos lo que queremos creer en defensa propia). Le fastidiaba preocupar a Bruselas, a quien venimos tratando como al abuelo al que no se le pueden dar disgustos porque tiene un pie en la tumba. Pero la vivienda está por las nubes y ni el Gobierno ni el Banco de España saben cómo meterle mano. Cuéntenselo solo a la gente de su confianza, no vaya a salir la noticia de nuestro círculo y tengamos un disgusto.