El bipartidismo, según nos decían, había muerto. Sobre los rescoldos de la crisis económica y de aquel movimiento juvenil de los indignados, nos advirtieron, ya nada sería lo mismo en España. La Transición, que hasta hace poco había mantenido a algunos de sus artífices en primera línea política, debía dar paso a una segunda hornada de líderes, nacidos en torno a 1980 para adecuarse a la realidad social de la mayor parte del país. Así ha ocurrido, pero en estas décadas de paz social y avance democrático y económico, los nuevos líderes han demostrado haber perdido las habilidades pactistas de sus antecesores. Hace poco, tuvimos que votar en tres elecciones generales consecutivas porque eran incapaces de ponerse de acuerdo los diferentes partidos a la hora de formar gobierno. El 'no es no' de un partido o las líneas trazadas sobre la arena entre otras formaciones para no pactar con las de la otra acera son apriorismos desterrables en nuestra democracia, que ahora, lo que necesita, es una generación de grandes componedores capaces de tejer pactos incluso entre ideologías distintas llegando a acuerdos mínimos con el fin de asegurar la estabilidad y gobernabilidad del país. Estamos en un país con más sentido común del que pensamos: la gente sencilla, la mayor parte de los que votan, han parado a la extrema derecha, que amenazaba con recuperar su relevancia sociológica de antaño agitando espantajos felizmente superados. Tampoco han dado mucho apoyo a las opciones de extrema izquierda. Los españoles, en su mayor parte, prefiere la reforma a la revolución, aunque nuestros políticos opten por la jerga revolucionaria, incluido Pablo Casado, antes que por el sentido común. Pedro Sánchez favoreció la división de la derecha y Casado se entregó a buscar un electorado que él sabe irrecuperable; Rivera cogió por la calle del medio, Pablo Iglesias se ha echado en brazos de los nacionalistas y aquí nadie es capaz de darles la réplica, no hay relato, no queda nada. El reparto de poder premia a PP y a PSOE sobre el resto, pero el autismo de los líderes de todas las formaciones nos impide llegar a acuerdos de gobierno. Dejemos que el sentido común nos dicte qué hacer.