Ya por la mañana, en la cafetería, el aroma habitual del café se mezclaba en el ambiente con la soporífera jornada electoral y no tenía ese efecto activador de cualquier otro domingo. Cambié el sombra de costumbre por un mitad, convencido como estaba de que iba a necesitar una dosis extra para mantenerme despierto. La única mesa que encontré libre estaba justo al lado de otra ocupada por un numeroso grupo que por la forma de expresarse daban muestras de estar mucho más despiertos que yo, hablaban sin parar y sin reparo de política y por el tono uno diría que su intención no era que les escucharan en su propia mesa sino que atendiera toda la cafetería. En ese momento, ya sentado y con el mitad sobre la mesa, escuchando opiniones que no me interesaban en absoluto eché de menos los cascos que dejé en casa. No pude escapar. Además, el café estaba ardiendo tanto que no hubo manera de acelerar el desayuno y mientras se enfriaba lentamente bajo el imperioso sol de las 11 y media de la mañana no quedaba otra que escuchar lo que decían mis compañeros de desayuno.

He olvidado por completo la conversación que mantuvieron, pero no la incómoda sensación de haberla escuchado. Me faltaba confianza con ellos para enterarme de pronto de tantas cosas que ni quiero saber de mis amigos. Era un poco lo que pasa en Facebook, que uno ve recorrer opiniones de gente que apenas conoce y se entera innecesariamente de cosas que al rato olvida. Pero es que incluso el patrón de comunicación era parecido al de las redes sociales. Las frases eran tuits, no continuaban ni proponían conversación, hablaban juntos, pero como si lo hicieran solos y esperaran los 'me gusta'.

Me terminé el café sin que se enfriara y me marché pensando en lo larga que sería la jornada.