Pedro Sánchez se ha ido a cenar a París con Macron para visualizar una alianza de liberales y socialistas. En definitiva, de moderados y europeístas. Quiere presionar así a Albert Rivera, con el que está en fase de tanteo para ver si apañan algunos gobiernos autonómicos.

El poder es eso: poder ir a cenar a París cuando quieras. El dinero también te procura tales necesidades, que algunos espíritus poco elevados confunden con caprichos, pero solo con dinero no puedes permitirte elegir como contertulio con el que compartir el chablis a la persona que rige los destinos de Francia. Mientras Rivera cena en Europa, Susana Díaz se desgañita por los pueblos del sur. Dicen los avezados psoeólogos que está marcando terreno. Pues es un trabajo baldío, dado que su terreno está claro: la oposición en Andalucía. Enfrentada internamente al que se hace fotos de estadista con vistas a los Campos Elíseos.

Ni el más parcial de los comentaristas dejaría de reconocer que la pugna está algo desequilibrada. En este contexto, Díaz ha cogido un tren y se ha ido a ver a Sánchez. Un tren, no un Falcon. A Madrid, no a París. Le ha pedido árnica y tal vez una infusión, un té. Sánchez ha ordenado a los suyos que tomen el control de la elección de diputados provinciales, de las diputaciones. Primera escaramuza para socavar el susanismo. En toda España pero sobre todo en Andalucía. Ahí reside el poder y la pasta y los apaños orgánicos. Seis de ocho diputaciones andaluzas estarán en manos del PSOE. Da igual si son cinco. En las restantes también hay estructura y cargos y diputados socialistas. El sanchismo alega que ha ganado (las europeas son sus elecciones) y que los susanistas (alcaldes) no han aguantado bien.

En Málaga capital 37.000 personas, nada menos, cogieron con una mano la papeleta de De la Torre y con la otra la de Borrell. Borrell es Sánchez con veinte años más, una ingeniería y acento de Lérida. O sea, no es Sánchez. Pero es uno de sus grandes símbolos. Susana Díaz no está acabada pero las desafecciones hacia su figura, cuando los sanchistas empiecen a ser los que repartan el turrón, van a producirse a una velocidad de crucero tipo. Acorde a la naturaleza humana. La política es donde más se exacerban las pasiones, celos, envidias, lealtades, virtudes o defectos. En las cenas de Estado se es más civilizado. Puedes elogiar la salsa del pescado y el aroma del vino mientras acuerdas iniciar una guerra. O acuerdas una foto que te haga elevarte por encima de la melé política de tu país. Díaz en el AVE, tal vez en Segunda, soportando a su lado a un viajante de comercio vocinglero que habla por el móvil. No se oye nada.