Mayo está centrado en el año, un pelín escorado a la izquierda de almanaque. Un mes de absoluta primavera, en el que la estación transcurre tranquila, sorteando los meandros de un río de curso inevitable que desciende hasta diciembre. Mayo es la obertura del estío, modera los fríos del invierno y las brasas del verano, alisa la arena de las playas para prematuros bañistas, colorea las acacias, amarillea la retama, y nos anuncia al oído la proximidad de las vacaciones.

Un mes del que se apropiaron las flores el día en que se dieron a escoger. La nieve y el frío, amantes inseparables, lo tuvieron claro desde el principio y las hojas caídas prefirieron unirse al grupo del otoño donde ya aguardaba un poniente desapacible. La lluvia, sin embargo, estuvo indecisa. No llegó a decidirse por ninguno de los meses, y así está, que aparece cuando le viene en gana y desaparece cuando más se necesita. El calor, por el contrario, se adueñó de los meses de verano de tal manera, que a veces se cuela por las últimas ventanas de mayo y las primeras de septiembre.

Mayo es el mes de lo inesperado. Se hacen balances a final de año y propósitos al principio que se disuelven en el frenesí de los días. Mayo nos devuelve la esperanza en forma de sorpresa, de benditas casualidades que clarean la rutina. Las templadas olas de un sábado en la playa, la primera cerveza helada en el chiringuito, un baile descarado en la verbena de la cruz de mayo, el olor intenso del campo en una caminata de domingo, la algarabía de un patio de colegio durante el recreo. Y también la serenata a capella, y la luna menguante, y la osa polar. Pequeños detalles sin importancia que hacen brotar el ánimo entre los pliegues de una sonrisa.

Mayo es también el mes del agua. Agua de los ríos, las fuentes, los arroyuelos. Cántaros, vasijas y búcaros. Agua de las playas, de los lagos, de los embalses. El agua clara fluye por mayo sin detenerse, para limpiar el invierno que se nos haya quedado arrinconado en las entrañas. Para regar las ideas nuevas, los retos, los proyectos arriesgados. Para hacer florecer las clemencias, las enmiendas, las reconciliaciones. El agua de mayo viene a baldear los errores, a refrescar las aceras para recorrer confiados la segunda mitad del año.

Mayo es el mes de María. Reivindicación de las madres. Mes para empoderar su esfuerzo, para hacer visible el hexágono de voluntades con las que construyen los panales que nos alimentan. Paciencia de hormiguero que ahonda en las galerías del cariño, el auxilio, la alegría y la entrega. Son escasos los treinta y un días de mayo para el breve y merecido homenaje anual que les brindamos.

Los meses avanzan como jinetes por el almanaque. Al trote en nuestros primeros años y al galope después. Pero mayo siempre frena la marcha. Nos hace contemplar el paisaje, valorar la buena compañía, avituallarse, contrastar el mapa, retomar el camino. Nos ofrece una inmejorable oportunidad para moderar el discurso, apaciguar la ira, encauzar la amistad, establecer pactos. Mayo es un buen momento para definir en qué lugar se esconde nuestro bienestar.