El jefe de campaña está triste. El horizonte es un horizonte sin elecciones, un horizonte que ni un poeta con mucho oficio sería capaz de loar. Un horizonte sin mar ni nubes, ni mítines. Sin ruedas de prensa ni carteles que diseñar ni actos públicos que organizar. Ya no hay que preparar invectivas para el oponente ni ponerse muy serio exigiendo debates para el candidato a patrocinar.

El jefe de campaña busca en su vecindario por si un atildado oficinista, un comerciante vegetariano o un arquitecto con gota sopesa presentarse a presidente de la comunidad de vecinos y él puede hacerle la campaña. O la puñeta. El jefe de campaña se vuelve a levantar a las seis para escudriñar los periódicos en internet, comprar las ediciones en papel, tomar un litro de café y empaparse de todas las opiniones, informaciones y tendencias. Se interna en las redes sociales. Luego se cambia por las muchas manchas que de ellas salpica y elabora un argumentario, revisa la agenda y llama y da instrucciones, regaña, felicita y se pone muy serio. Pero ya no hay elecciones, así que se vuelve a acostar. Su candidato no lo llama. Tal vez esté tomando posesión de su fracaso. O aspirando el éxito por la nariz. Lo mismo se encuentra de viaje en las antípodas para olvidarse de todo sin olvidarse de él, que es bastante olvidable.

El jefe de campaña no concilia el sueño y se promete a sí mismo descansar más. Pero como es un jefe de campaña no cree en las promesas, ni en las suyas propias, así que da otra vuelta en la cama y sueña con soñar. Contaremos contigo, le dijo su candidato. «Eso se lo dirás a todas», respondió él creyendo ser original e irónico. Tenía tan baja la guardia por el cansancio que no captó a la primera la daga dialéctica que en forma de respuesta le entró limpia en el cuerpo para dejarlo en la calle: «A todas, todas» . El jefe de campaña no se entera. Poner un whatsapp incitando a la movilización y por respuesta, a pesar de que el grupo tiene cincuenta integrantes, recibe la foto del negro con pene descomunal. El jefe de campaña, que practica esa clase de pretenciosidad consistente en proclamar que ya lo ha visto todo, no lo ha visto todo y por eso pega un respingo tan descomunal como el miembro, que pese a tener dueño negro presenta una tonalidad digamos café con leche. El jefe de campaña está triste pero al menos ha aprendido algo de anatomía humana. Ve el horizonte sin elecciones.