¿Pensáis que nos alimentamos de sangre? Puede que, en los primeros momentos, sea así. La sed es atolondrada, nueva, inesperada: una urgencia desconocida se apodera de nosotras y nos impulsa a calmarla. Somos tierra reseca con afán de nubes, nómadas en un desierto que sueñan con oasis fáciles. Al principio, no conocemos otro modo de saciar la sed y nadie nos enseña que pueda ser diferente. Poco a poco, si te da tiempo y no eres muy estúpida, comienzas a percibir cosas. En tu interior. En los demás. Intuyes que las leyendas, los libros, los cómics y las películas que hablan sobre las criaturas de la noche cuentan la historia de un modo incompleto, excesivamente simple. Descubres que la sangre es lo básico, pero no lo esencial. Te quita la sed, pero no te llena. Y una noche tienes la revelación: lo que quieres y lo que necesitas es energía.

No vale una energía cualquiera ni de cualquiera: tiene que venir de los deseos más oscuros, de las pesadillas, de los secretos que pocas veces os atrevéis a contar. Quien se atreve a hacerlo es nuestro objetivo. Nos nutrimos de las personas a las que les gustaría ser como nosotras. De seres como tú.

Entiendo que esto casi nadie lo sabe: quienes escriben sobre nosotras nos retratan en busca de cuellos que morder, de cuerpos que dejar exánimes, sin una gota de vida. Y os aseguro que para nada es así; las cosas, cuando las conoces y sobre todo al experimentarlas, son mucho más complejas, menos explicables con una teoría que se queda corta, que es una mentira que oculta la verdad. Y no creas, tampoco acabamos nunca de conocernos a nosotras mismas. Si es difícil llegar a ser ingeniera aeronáutica o neuróloga, imagina convertirte en una criatura nocturna: no hay escuela que te enseñe a serlo. Tampoco hay un máster de Nocturnología Vivencial en ninguna universidad, al menos que yo sepa. Si sabéis de alguno, escribidme.

Y ahora que empieza a llegar el verano, sonrío casi sin querer. Ya sé que siempre nos imagináis en climas fríos, plenos de nieblas y brumas, y oye, que son estampas bien bonitas, pero poco prácticas. Aunque sé que os va a sorprender, preferimos ciudades como Málaga, sobre todo en los últimos años, repleta, rebosante, hinchada de turistas toda la semana. Y si es verano, mucho mejor: las noches calurosas son una fiesta para nosotras. La energía fluye en las personas; la derraman, la esparcen, casi la regalan. No hace falta robarla ni tan siquiera pedirla, solo tengo que lanzarme a la calle, ponerme contra el viento -por si no lo sabéis, es un gran aliado de las criaturas de la noche- y aspirar vuestra energía: para ello, lo mejor es cerrar los ojos y abrir las manos. Por las yemas de los dedos siento cómo me entregáis vuestra parte más íntima y oscura, aquella que muchas veces desconocéis de vuestro propio interior, la zona de sombras que insistís en negar y sin la que no podríais vivir ni encontrarles sentido a vuestras acciones. Confidencias inconfesables, sueños imposibles y pesadillas sin nombre llegan hasta mí. Me nutren, me alimentan.

Por eso, cuando llegáis a casa al amanecer estáis cansados. No es por las horas de baile, las copas o el deambular. A vuestro lado o enfrente, sin que lo percibáis, puede que haya una criatura nocturna que os chupa la energía hasta saciarse, sin pedir permiso ni rozaros siquiera. Aunque es verdad que a veces nos acercamos más. Y os besamos. Si eso te ocurre una noche, si te besa una de las nuestras y extrae de ti tu energía, eres una persona afortunada. Lo recordarás para siempre.

Así que venga, arréglate, sal a la calle. Queda para tomar unas birras, ir al teatro o al cine, a algún concierto. No, no lo dejes para mañana o para la semana siguiente. El momento es ahora. Únete a la fiesta, entrégate al placer, a la diversión, a las risas: no tienes que hacer nada más. Ya nos encargamos de elegirte, de que tengas el privilegio de servirnos de alimento y satisfacción.

Porque, aunque para nosotras seas uno más en una larga lista, tú jamás podrás olvidar esos momentos.