El otro día fui a Madrid para una reunión. Cuando acabó, mi amigo Manolo me dijo: «¿Comemos con Charly?» Cuando oyes su nombre te da un vuelco el corazón. Se abre la posibilidad de comer con alguien muy especial. Los nervios llegan a ti esperando la respuesta de Charly. Él no es muy de escribir en el Whatsapp. Es más de monosílabos o simples «OK». Vamos, estoy convencido que su móvil tiene un botón especial que cuando lo pulsas se escribe «OK» directamente.

Charly, por supuesto dijo que sí. Entonces te sale una sonrisa espontánea, casi sin querer. ¡Vas a comer con Charly Sainz de Aja! Charly es mucho más que uno de los más grandes entrenadores de cantera. Es una institución, un referente. Es un tío que sin prepararlo habla en un vestuario delante de un equipo y, sin saberlo, está dando una clase magistral de dirección de equipo para otros entrenadores que escuchábamos. O de psicología, si fueran psicólogos los que estuvieran oyéndole, sin haber estudiado en esa facultad.

Cuando te acercas al restaurante, las piernas te corren más de lo normal por las ganas que tienes de verle. Cuando estás a 50 metros allí le ves en la puerta esperando con su mítico bolsito y moviéndose sin parar porque él nunca llega tarde y no le gusta esperar a los que siempre llegamos tarde.

Cuando entras en el restaurante compruebas quién es Charly, mejor dicho, cómo es Charly. Todo el mundo allí lo saluda. Camareros, cocineros, los propios clientes que deben ser del barrio. Y es que Charly vive en Madrid, pero es mentira. Él vive en el barrio de Atocha y ese barrio es para él Madrid. Yo creo que solo sale del barrio para ir al Santiago Bernabéu para ver a su Real Madrid.

Comer con él, estar con él, es un momento muy especial. Le oyes contar sus historias del pasado y también del presente. Le oyes hablar de baloncesto. Le escuchas hablar de la vida. Le oyes, le oyes, le oyes... Y le ves disfrutar hablando y recordando momentos que hemos vivido juntos y otros muchos que no hemos vivido juntos pero que él cuenta disfrutando. No sé si será consciente mientras habla de que se le ve feliz contando tantas y tantas anécdotas que tiene en tantos años de baloncesto del más alto nivel que ha vivido. De lo que seguro no es consciente es de que los que le escuchamos disfrutamos al oírle hablar. Disfrutamos y aprendemos, como si estuviéramos en una «masterclass».

Cuando entras con él a su colegio, el Virgen de Atocha, te quedas impresionado del cariño que todos le tienen. Todos saludan a Charly con amor y respeto. Los que tienen diez años y los que tienen quince. El camino hacia su despacho se hace interminable porque todos quieren saludarle y tienen preparada una frase para decirle. Su despacho es un auténtico museo. Allí comparten habitación colecciones de muñecos, catedrales en miniatura, vinilos, cd's, detalles de Tintín y fotos. Alucinas repasando esas fotos porque son un maravilloso resumen de su historia en el baloncesto. Allí le ves posando con gente que ahora son los más grandes y con otros muchos que no conoce nadie pero con los que él escribió páginas muy importantes de la historia del baloncesto.

Ahora que se van a cumplir veinte años de aquel campeonato del mundo de los júnior de oro es un gran momento para que el baloncesto le agradezca a Charly que con él se iniciara un glorioso camino. Allí rodeado por Navarro, Gasol, Felipe Reyes, Raúl López, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez, Germán Gabriel... la estrella era Charly. Y esto lo digo con el conocimiento de causa suficiente por tener el privilegio de haber vivido aquel momento muy de cerca.

Seguro que ese reconocimiento va a llegar este verano porque él se lo merece. Pero si no es así tampoco pasa nada, porque él es feliz igualmente y disfruta de la vida regalando momentos a los demás como el que me regaló a mí aquella tarde que compartimos.

Ya cuento los días, Charly, para que nos volvamos a ver la tarde que tengamos libre este agosto en el campus de la ABP. A ver si Manolo nos junta y nos lleva de compras y a almorzar. Pero que no elija él el restaurante, por favor. Te quiero, Charly.