Aunque no es el único en este país que se ha dedicado al Juego de Tontos, Pablo Iglesias abrazó con fe la alegoría televisiva y ahora tendrá que enfrentarse al levantamiento de sus barones que lo quieren destronar por la debacle electoral. Las culpas, es verdad, deberían compartirse: para ser honrados, por un lado, está la estrategia reiteradamente fallida del Lenin de Galapagar y su insufrible cesarismo y, por otro, las nefastas gestiones municipales que llevaron a la pérdida de poder territorial y las dimisiones en cascada de alcaldes y otros dirigentes. Todo puntúa. Según el CIS, el porcentaje más elevado de españoles que quieren un gobierno de coalición lo prefieren con el PSOE y Podemos, y apoyos de los nacionalistas no independentistas. El problema y al mismo tiempo la solución es que el populismo de izquierdas va camino de convertirse en calderilla, con el inconveniente añadido de defender lo que defiende y de la manera en que lo hace. Esta vez da la impresión de que Pedro Sánchez se ha dado cuenta de ello y, aunque forjado su espíritu ganador en la audacia, quiere tomar otro camino. Prefiere la opción de un gabinete socialista «abierto a independientes de prestigio»; esto último suele deparar sorpresas. Es decir, no quiere mezclarse con Iglesias, que insiste en poder llevarse algo a la boca. A Iglesias los barones quieren forzarlo a un nuevo Vistalegre para que asuma las responsabilidades del descalabro. El asalto al Palacio de Invierno, que surgió del descontento y el repudio de los privilegios de la Casta, tiene como paso siguiente el asalto al chalé de La Navata, símbolo de la decadencia del régimen cesarista. Hay que entender a Sánchez, ¿Quién quiere socios así?