Así nos vistió el pasado sábado la vida y la Champions. Al medio día fue la tristeza por la muerte de José Antonio Reyes, un futbolista que siempre vistió de velocidad y duende, y al filo de la media noche la victoria de los granas de Liverpool en Madrid, con más pena que gloria, donde también estuvo presente el utrerano en un emocionante aplauso de todo el estadio en su memoria. Tristeza y grandeza en el fútbol, que igual que nos emociona a veces por su vistosidad y gestos nobles, otras nos recuerda que también se puede ganar desde la nada.

Reyes fue un jugador que desde su discontinuidad no dejaba indiferente a nadie. Una izquierda de seda, una sonrisa siempre dispuesta y una mirada de buena gente adornaban su velocidad natural en todo. Esa que Pablo Blanco, su descubridor en el Sevilla cuando lo vio con nueve años, dice que ya lucía nivel de primera división en edad infantil. Por eso Marcos Alonso le dio la alternativa con el primer equipo con dieciséis primaveras. Nunca entendí que se les escapara a nuestros grandes para irse al Arsenal a los diecinueve. Tal vez su historia hubiera sido diferente, porque en Londres pasó tres temporadas inadaptado aunque Wenger apostó por él desde el principio siendo el primer español en ganar una Premier. Se fue un genio y volvió solo el futbolista exquisito que ya era. Quizás, entre las fantasmagóricas brumas del Támesis se perdió el brujo que llevaba dentro. Después fue merengue, colchonero, periquito, aguileño en Lisboa, suspiro ruso, medio califa en Córdoba y ahora ayudaba también al modesto Extremadura a salvar los muebles de segunda. Y en medio, una etapa de madurez en su Sevilla del alma para colaborar en su mejor etapa con tres títulos europeos que sumar a los dos conseguidos en el Atlético de Madrid.

Para el recuerdo, su partidazo contra el Madrid de aquel nefasto brasileño Luxemburgo que se le ocurrió el absurdo de quemar al prometedor central Rubén poniéndolo de lateral derecho para marcar al Reyes más veloz aún juvenil, cambiándolo entre lágrimas antes de la media hora. Si yo hubiera sido Florentino, su fichador, el tal Vanderlei no hubiera cogido el AVE de vuelta a Madrid como técnico blanco. También la polémica charla de Luis Aragonés en la selección, cuando quiso imprimirle el carácter que seguramente le faltaba, insistiéndole en que él era mejor que Henry, entonces la estrella del Arsenal. Y qué razón tenía el Sabio. También su golazo al Mallorca que valió una Liga al Madrid, con el Bernabéu agónico y todos los jugadores blancos encima de él, hasta Casillas, en la esquina del área contraria.

Finalmente, me quedo con el Reyes persona por los mensajes de despedida de su hijo y su expareja, en los que definen su calidad humana como nadie: un gran padre, como aspira a ser todo buen hombre. Que la tierra le sea tan leve como su juego, por rápido y mágico, al futbolista de la inolvidable sonrisa.

Ese mismo primero de junio nos deparó también la pena que ofrecieron dos equipos que antes enamoraron por su extraordinario fútbol en sus épicas remontadas de semifinales. Un tostón de partido con un penalti de inicio tan tonto como impropio de cometer y de pitar en una final de Champions. Un accidente que marcó el partido porque los gavilanes se hicieron palomas. El Liverpool se echó atrás contra natura y el Tottenham tuvo que coger las riendas también a contra estilo. Los de Pochettino demostraron que no están hechos para ese juego, empezando por el argentino, y sobaron el balón hacia atrás en su defensa y medio campo con más miedo que hambre. Más que empatar, querían impedir un segundo gol del Liverpool, y solo en los últimos minutos se volcaron en ataque. Y es que, lo de Amsterdam contra el Ajax seguramente fue más espejismo o milagro que buen juego. Demasiado han hecho esta temporada, y ese quizás sea el mérito de un Pochettino que jugando así la final, con poco que perder, demuestra no estar preparado para dirigir a un grande.

Klopp por fin se ha coronado, pero vistió igualmente de miedo al glorioso rojo de Liverpool. Sufrir contra un equipo inferior con el marcador de cara desde el primer minuto lo retrata. Nada que ofrecer tampoco a un grande. Una final penosa, de la que deberían sacar conclusiones también Madrid y Barça por aquello de las tentaciones de banquillo.