Dónde está la vida. Desde el mito de Prometeo a la búsqueda de la última sinapsis con la que se comunican las neuronas casi sin tocarse de Ramón y Cajal, dendrita a dendrita, pasando por mil y una religiones hasta preguntárselo al mismísimo Dios, la pregunta no nos la hemos dejado de hacer en laboratorios, zoológicos, montañas, frente al mar, cuando amanece o cuando se muere la tarde, en cementerios o a la hora de darles a nuestros hijos un beso cuando se alejan tras cruzar la puerta del colegio. Esa chispa primera y última que mueve la marioneta de Pinocho cuando Pinocho deja de ser marioneta, la vida.

Y ya puestos a estar vivos, mientras dure, dónde el sentido común. El pensamiento tecnócrata lo puso en el currículum académico. Pero tontos con máster asolan lo que tocan con sus decisiones. En la política es fácil verlos asomados a los púlpitos mediáticos, sobre todo en campaña (que ya mantiene su presión sobre todo) España discute ahora, desde la asimetría de su distinta vara de medir autonómica, si el examen de Matemáticas de la antes llamada selectividad en Valencia ha sido el más difícil. Al parecer lo era, mezclando incluso en un problema Matemáticas y Física, aunque lo preguntado entraba en el temario. El problema no es tanto, por tanto, que fuera muy difícil el examen, ya que era legal, como que en otros territorios los examinados no se enfrentaron a ese problema. Pero ya que hablamos de la selectividad o PAU o ahora EBAU -vaya tela-, nos respondería muchas cosas del examen vital saber cuántos de los examinados ejercerán vocacionalmente la carrera que pretenden cursar tras superar el trance con la nota media necesaria.

Cuando escuchamos los audios de esas profesoras que se han cebado en una niña autista de siete años, en un colegio de la localidad sevillana de Dos Hermanas, con frases entre ellas fuera del quicio mental adecuado, además del corazón, como la de «Todo su cerebro es el que está cascado, hombre y mucho, pero muy tocado, ¿eh?, está muy tocado» no sólo pensamos en el sentido de la vida, en que el sentido común es el menos común de los sentidos (la frase que se atribuye a Horace Greeley, periodista y político norteamericano del s XIX, fundador del New York Tribune) sino, sobre todo, en la vocación. No se debería ser maestro sin vocación. Porque por muy quemado que se esté -algunos se queman pronto y otros nunca en la vida-, una verdadera maestra, por muy humano que sea estar harto o harta (que es lo mismo) y perder el control, jamás le diría a otra en tono hiriente delante de una niña y menos si tiene limitaciones intelectuales que todo su cerebro está muy tocado, y todo lo demás que le han ido diciendo a la chiquilla hasta que lo hemos sabido por las grabaciones de sus padres. Dos problemas sociales hay aquí. Que un examen te invista como lo que no serás nunca. Y trabajar sólo por dinero o, lo que es peor, ir a trabajar para ni siquiera trabajar sólo por dinero, normalmente público. Vivan los profesores, personas esforzadas y fundamentales en las vidas de los demás. Pero no los que no lo son, aunque lo sean. Y así con todo.