Se llamaba aquel distinguido turista alemán Franz Joseph Hermann Michael Maria von Papen. Viajaba con pasaporte diplomático en compañía de su hija Isabella. Habían llegado al Hotel La Roca de Torremolinos el 10 de marzo de 1954, después de un fatigoso viaje desde Granada. El señor von Papen había sido un destacado oficial de caballería (capitán de Ulanos) en los comienzos de la primera Gran Guerra. También fue un diplomático al servicio del Kaiser -su Emperador- y la Gran Alemania, su país. En los tiempos entre las dos guerras logró convertirse en un bien posicionado e influyente político conservador. Provenía de una bien relacionada familia de Westfalia.

El primero de junio de 1932 von Papen fue nombrado Canciller del Reich Alemán. Por decisión personal del presidente de la República de Weimar, el general von Hindenburg. Pero von Papen, desde el poder, al final traicionó a la joven democracia de su país, Alemania. Traicionó también a los ideales de su religión, a los de su partido de centro derecha y por supuesto a todos los valores y las tradiciones de sus antepasados. Cuyos ideales siempre fueron los de la vieja y civilizada Europa. Su permanencia en la cancillería del Reich fue corta. Medio año. Lo suficiente para entregar vergonzosamente el poder, con la complicidad del DNVP, en un 30 de enero de 1933, al que fuera un implacable y luciferino adversario suyo: Adolf Hitler. En las últimas elecciones los nazis -la segunda fuerza política del parlamento alemán- habían perdido un importante número de votos. Fueron salvados por von Papen y por una derecha miope, en bancarrota moral, ya desbordada por Hitler y sus legiones. El «Führer» y sus camisas pardas llegaron fácilmente al poder absoluto. Von Papen consiguió convencer al anciano presidente Hindenburg: lo mejor sería que Hitler fuese el próximo Canciller. El resto de esa historia ya lo conocen ustedes.

Los nazis nunca se lo agradecieron a von Papen. Aunque estuvo unos días en arresto domiciliario, éste evitó el destino de algunos de sus más cercanos y leales colaboradores políticos, encarcelados o ejecutados por los nuevos amos. El eterno oportunista al final fue nombrado por Hitler embajador en Austria. Y posteriormente en Turquía. Estuvo entre los acusados por el Tribunal Internacional de Nuremberg. El tribunal que a instancias de las potencias vencedoras juzgó a los jerarcas nazis acusados de cometer gravísimos crímenes de guerra. Aun así pudo evitar von Papen una sentencia condenatoria. Gracias a eso, en 1954 decidió viajar como un acomodado y pacífico turista alemán a la lejana y exótica España. Pasó unos días muy agradables en los confines meridionales de una Europa que todavía estaba intentando recuperarse de las consecuencias de la guerra más atroz de la historia de la Humanidad.

En las fotos de los periódicos españoles de la época aparece aquel vigoroso y distinguido anciano, inconfundiblemente alemán. Aparentemente feliz y relajado, en la terraza de aquel majestuoso hotel, La Roca, desde la que podía contemplar la hermosa bahía de Málaga. Decía Napoleón en sus «Máximas» que en la cabeza del fanático no existe ni un solo resquicio por el que pueda entrar la razón. También decía que lo absurdo no siempre es una limitación en política. Ya ocurrió. Y de nuevo ocurrirá.