Han pasado las elecciones y con ella el empacho de propuestas supersónicas que iban a conseguir pasara de ser la ciudad que es a convertirse en Nueva York, Moscú y Dubai juntos. Y no pasa nada. Porque hemos llegado a un punto en el que, ni quienes lo dicen ni quienes reciben dicha información se lo creen. Estamos en el mundo de la mentira. O para que quede más fino, de las irrealidades o de los proyectos que nunca verán la luz. Sin ir más lejos, en esta ocasión ha sucedido que muchas de las acciones que serían usadas para mejorar la ciudad de cara a las elecciones no han llegado ni siquiera a tiempo. En Semana Santa nos pensábamos que la Alameda principal estaría hecha un pincel y aún sigue siendo una brocha. En este sentido, el de las promesas que no valen nada, la cultura suele jugar un papel importante. Al ser un intangible muy colorido, son muchas las promesas que se regalan para el oído del consumidor electoral de cara a una Málaga cultivada, llena de ciudadanos libres empapados de arte y con un nivel estratosférico.

La realidad es otra. Y es que nuestra ciudad adolece de un nivel mínimo de conocimiento y reconocimiento de lo que aquí se expone y desarrolla. Esa afirmación se justifica en el termómetro que son las propias actividades que la ciudad ofrece y cómo la respuesta del público está directamente comprometida a la disponibilidad, el dinero y las facilidades para hacerte un selfie en dicha exposición, muestra o actividad. En este punto, cabría preguntarse por qué no existe una preocupación real desde el Ayuntamiento ante la falta de iniciativas propias para el desarrollo rico de la cultura en la ciudad real. Y quizá la respuesta la tengamos en las propias calles de Málaga: los turistas. Ellos son los amos y señores de la ciudad. Ellos consolidan o destruyen los proyectos que aquí se desarrollan y sus gustos y criterios son los únicos válidos para que algo se considere un acierto o éxito.

Sin ir más lejos, los museos de la ciudad solamente reciben en grandes cantidades a personal local cuando abren sus puertas de manera gratuita o cuando ofrecen productos muy comerciales como las famosas exposiciones que traía el CAC o la singular muestra sobre Banksy que ahora ofrece La Térmica. Es por eso que, tras el paso del huracán elecciones y aún con la incertidumbre -minúsucula- sobre qué gobierno quiere Ciudadanos para Málaga, cabe reflexionar al respecto del modelo de ciudad cultural tienen pensado los gobernantes para los próximos cuatro años. Sería bueno saber si se van a revisar los modelos de gestión de los museos públicos y sus gastos.

Sería bueno saber si se van a replantear algunos de esos museos y si verdaderamente generan interés en la ciudad. Ejemplos hay muchos para ello. Pero me cuesta seguir comprendiendo que la ciudad no tenga un museo o espacio vivo y activo sobre Eugenio Chicano siendo éste uno de los grandes exponentes artísticos contemporáneos de la ciudad. De igual manera no logro comprender cómo la casa de Pedro de Mena no alberga un espacio sobre el escultor granadino y malagueño, tratándose de uno de los exponentes del barroco y con reconocimiento y valor mundial.

No sé bien qué partida tienen -si es que la tienen- esos museos escondidos -Vino, Rando, Revello, Vidrio, etc- que solamente se oye hablar de ellos en la Noche en Blanco y poco más. Y ya no solamente por el coste que tengan sino analizar si realmente hay ese feedback que se desea de ellos en la ciudad. Málaga necesita una línea de actuación de cara a los próximos cuatro años en el ámbito cultural. Que se creen proyectos generales destinados al cien por cien al desarrollo de la cultura local. Que se analice las Lagunillas que es el verdadero barrio de artistas de Málaga desde hace más de una década y al que habría que ir echándole un ojo. Aunque pensándolo bien, no tengo claro si quiero que entren las manos municipales en las cosas que nacen y se desarrollan de verdad.

A la vista está -y es un hecho- que el proyecto del «Soho» es un absoluto fracaso. Una historia vendida y maquillada mil y una veces pero que jamás ha llegado a cuajar. Podrán decir misa, que ya la dijeron y en todos los idiomas, pero aquello sigue siendo lo mismo de siempre. Y para asfaltar tres calles no necesitas revestirlo de cultura. Aunque cultura de verdad. De la que educa y forma. Sería quitar de una vez por todas a las prostitutas que siguen desarrollando su ejercicio de pilingui por las calles del barrio de las artes bajo la atenta mirada de todo el que pasa por allí.

Y es que al final todo lo que se vende como cultura acaba siendo todo lo contrario. Es la contracultura llevada a su extremo semántico. No tenemos futuro si tomamos en vano aquello que nos da la capacidad de ser libres. De lo contrario estamos atados. En un gran recinto de oro para que los demás vengan a consumir lo que nosotros ofrecemos sin poder tocarlo. Han pasado las elecciones. ¿Y ahora qué?

Viva Málaga.