La otra noche fui a cenar a un restaurante de mucho nombre que es favorablemente criticado en la prensa y en las redes sociales. La decoración era agradable, el trato magnífico, la comida estaba muy buena y transitaba entre lo original, pero sin gilipolleces, y lo tradicional, pero sin ñoñerías. No se estaba apretujado ni había ningún vocinglero en el local. Probé un gran vino. Todo fue bien. No fue la cena de mi vida pero sí una cena para recordar. Un poco alto el precio, pero expectativas satisfechas. Al acabar la cena, uno de mis acompañante quiso que saludáramos al cocinero, hombre afable y de cierta fama. A mí me daba apuro, pero mi acompañante me dijo que, por ejemplo, al igual que a mí me gusta que un lector me diga que le ha gustado un artículo mío, al chef también le gustaría que sus clientes le dijeran que han disfrutado de la cena. «Y nos hacemos un selfie con él», añadió otro de los comensales. Bueno, venga, vale, dije. Ya me veía sonriente con el celebrado restaurador en Instagram.

El más lanzado le comunicó al encargado nuestra intención: saludar al maestro. Podemos ir a la cocina un instante o que salga él, no lo entretenemos mucho. El encargado oyó. Dudó un momento. No se sorprendió de la petición. Era frecuente. Se fue. Regresó al minuto. Y lo dijo lacónico, con un punto de apuro y con cierto fastidio por defraudar: no está. ¿No está? respondimos casi al unísono. Hoy no ha venido tampoco, dijo el encargado.

Nada más terminar de decirlo notamos por su rictus que se había arrepentido de hacerlo. Hoy no ha venido. Tampoco. O sea, no es que se haya marchado, es que directamente ha faltado a su trabajo. Uno de los comensales hizo la gran pregunta, no sé si desde la ingenuidad o asomado a la peor de las malicias: ¿quién ha hecho la cena entonces? Se hizo un silencio que tampoco vamos a decir que fuera espeso o cortante o frío. Era un silencio-silencio. Un silencio a secas. No duró poco: «Su equipo», dijo el encargado. Nos ofreció «un licor de la casa».

Es frecuente. Los cocineros tienen derecho a descansar, pero también es cierto que el establecimiento en cuestión cierra dos días a la semana y la noche del domingo, lo cual es un buen descanso. Los cocineros se han convertido en el equipo. No todos ni siempre, ni pasa nada porque no estén siempre si tienen un buen equipo. Pero supone una pequeña decepción. A veces el cocinero no está porque está en algo más lucrativo (¿la tele?) que le permite elevar los precios de su restaurante, en el que no cocina. Una pequeña decepción como la que sufriría un espectador de fútbol por ir a ver a un equipo y que salgan cuatro del filial. O como la que sufre el espectador de una obra de teatro cuando el actor o actriz principal no es el anunciado y promocionado.

Imaginé lo que ocurriría en esos grandes restaurantes con cuentones de ciento y pico euros por persona y cocinero (chef) mediático. Imaginé la decepción (y en qué la traduciría), «no ha venido», «no está», ese millonario, jeque, alto empresario o crítico. O pareja que recorre cientos de kilómetros para visitar el restaurante. Tal vez después de ahorrar durante meses. Apuramos el licor. El más instagramer del grupo subió a la red una foto de la lubina.