Esperanza en el hombre, o esperanza en Dios

Me encuentro con mi amigo Fernando, no lo había visto desde la muerte de su esposa; vive solo, me dice que no sabe si dejar la casa porque los recuerdos lo acosan desde cualquier rincón; han sido 52 años juntos. Le digo que no se puede huir del amor, que no es necesario olvidar para sufrir menos, solo hay que convivir amistosamente con el recuerdo, se puede convertir incluso en el lugar secreto del corazón en el que pasar los mejores momentos de la vida que nos queda, especialmente cuando se mantiene viva la esperanza cristiana de la resurrección. Ese es el ancla con el que Fernando sujeta el alma cuando azotan los vientos de este sistema descarnado y terrible, es también el primer incentivo para saber esperar el futuro. No, Dios no nos hizo para morir, no nos dio la Tierra, un lugar único en el universo, para nada. Es verdad que la vida se ha convertido en un fugaz vistazo, una breve transición hacia la muerte, una mera supervivencia, pero el tiempo que queda para dejar probado que el hombre no puede vivir por su cuenta ya está llegando a su fin, ya se han desarrollado medios técnicos para casi todo, pero nada suficientes para corregir la deriva hacia la catástrofe; la contaminación sigue aumentando igual que el hambre, las epidemias, el crimen y el egoísmo. Necesitamos que Dios nos gobierne, que sea él quien nos dirija hacia la vida, no hacia la muerte. Por eso nos abre la ventana de la esperanza, para que pongamos fe en el futuro que prepara para los que quieran ser gobernados por él: «los malhechores mismos serán cortados, pero los que esperan en Jehová son los que poseerán la tierra… el inicuo ya no será; y ciertamente darás atención a su lugar, y él no será. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz... Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella». (Salmos 37: 9-11, 29)

Jose L. SanchoMálaga

Grafiteros antidemocráticos

Desde hace siglos, «hacer hablar a las paredes» con pasquines o pintadas ha sido el recurso del pueblo contra los abusos del poder. Hace poco tuvimos una muestra de ello en las Escuelas Aguirre de Madrid... sobre un país musulmán.

Así empezamos en los albores de la democracia, restringiéndose esa libertad después hasta el punto hacernos hoy pagar con nuestros impuestos a quienes eliminan, ‘limpian’ ese modesto recurso político y también económico para los que no pueden anunciarse en TV.

Más aún: el sistema censor inventó en los países sajones la moda de los grafiteros, que ocupaban esos espacios, no con demandas sociales contra abusos colectivos, sino con el más descarnado egoísmo de quienes pintarrajean su nombre o signo ensuciando los espacios públicos y privados.

Claro que, tras fomentarlos hasta el extremo de darles premios, después, para controlarlos y disimular la eficaz censura a que contribuyen esos descerebrados, los persigue de vez en cuando. Pero todavía hoy un diario de Madrid alaba el «amor incondicional» de unos padres a su hijo grafitero, muerto por un tren mientras ejercía tan sucia, antisocial, antidemocrática faena.

José María Grandas MenéndezMálaga