El bipartidismo se refugia en que «todo se ha perdido, menos la coalición». PP y PSOE pierden la mayoría absoluta en numerosas circunscripciones. No individualmente, sino sumando sus fuerzas. En las instituciones provinciales, ahora llamadas autonómicas por deformación semántica, populares y socialistas han visto violadas sus hegemonías respectivas para incluir a neofranquistas, a abyectos separatistas y a melenudos de Podemos. Sin embargo, el consejo de ministros de La Moncloa permanecía inviolable. Ni Duran i Lleida en su momento, ni Rivera cuando se dejaba acunar por Rajoy, mancharon la pureza de las deliberaciones en la cúpula del Estado.

La última frontera bipartidista está a punto de ser derribada. Nadie discutirá a Sánchez la furia al debatirse contra la contaminación de su futuro ejecutivo, con partidos que pudieran moderar o incluso mejorar al PSOE. Por fortuna, la semántica acude de nuevo en ayuda de las apariencias, según reconocen los usuarios de la herramienta. El Gobierno de coalición pasa a ser de cooperación. Los socialistas exhiben el alivio profiláctico de que no se ha pactado, solo se ha trabajado en pos de un objetivo compartido. Y los cooperantes o mendicantes de Podemos insisten en los ministerios, porque la zebra seguirá teniendo rayas aunque la llamen de otra manera.

Tras las generales, el PSOE se sumó a la ortodoxia de que cualquiera menos Iglesias, con estos pelos. Los socialistas transmitían la imagen de que sondearían a Vox antes que acostarse con Podemos. Ahora, La Moncloa difunde la doctrina de que Ciudadanos y el PP le obligan a pactar con los barbudos, quizás hasta el extremo de acabar con el monopartidismo de los consejos de ministros. El Gobierno de cooperantes figuraba nítido en la voluntad de los votantes, las negociaciones se simplificarían si los partidos leyeran con una mínima atención los resultados electorales.