A mí no me la pegan. Los de mi generación somos unos cracks del contraespionaje. Ya desde la infancia, comenzamos a fraguarnos duros e implacables, como las palabras de una suegra. De las otras suegras, me refiero, no de la mía. Tengan en cuenta que fuimos nosotros, los primeros hijos de la democracia, los que nacimos con un enemigo en ciernes y no teníamos más remedio que ir superando, desde la mismísima cuna, las constantes amenazas del Coco, del Tío del saco y del Bute. Pero la cosa no queda aquí. Más adelante, nos tocó sobrevivir, siempre alerta, ojo avizor, al famoso hombre que, en la puerta de los colegios, regalaba caramelos con droga durante la década de los ochenta. Estamos más que preparados, somos criaturas de la sospecha, soldados naturales del contraespionaje, llevamos la voz de alerta inscrita en el ADN. Al fin y al cabo, qué diablos, mi generación evoluciona a caballo entre Maxwell Smart y Torrente. A uno ya no sé la dan, y mucho menos con queso. De medidas preventivas de altura, andamos más que sobrados. Sepan ustedes que un servidor, cada vez que va a sacar dinero del cajero automático, tras mirar a un lado y a otro, pone la mano sobre el teclado a fin de que el dispositivo de vigilancia clandestino que subyace instalado en todas y cada una de estas terminales no sea capaz de captar el cliqueo de mi clave personal. Y por supuesto, como tampoco podía ser de otra manera, no sólo tengo la cámara de mi ordenador totalmente bloqueada con una pegatina de Doraemon que me regaló mi hijo sino que, además, en mis habituales búsquedas por google, cada vez que pretendo localizar alguna imagen de Natalia Estrada, también cliqueo el nombre de Beatriz Rico para que el espía del buscador no tenga claro cuál de las dos es la que realmente me gusta. Pero no se sorprendan. A fin de cuentas, es normal que, habiendo crecido entre el indiscutible aprendizaje de Anacleto y las siete temporadas de Homeland, uno controle estas cosas. Y si ahora me dicen que Monsieur Cuisine Connect, el robot de cocina de Lidl que rivaliza con la afamada Thermomix, posee un micrófono oculto y un altavoz susceptible de ser hackeado, a mí plin. Mi cocina tampoco es que sea, precisamente, el Consejo de Ministros pero, en cualquier caso, ante la avalancha de electrodomésticos de origen turbio que inundan nuestros hogares, en mi casa nos gestionamos con un código a prueba de bombas. Tengan en cuenta que yo, tras el trabajo, una vez en casa, me muevo sobre todo en la cocina que es donde se cuece, permítanme el doblez de la expresión, la línea roja que separa nuestra intimidad de las trampas con las que arremete el contraespionaje. Y así, al mediodía, cuando mi mujer regresa de faenar y yo ya estoy preparando la comida, si me diera la sensación de que el frigorífico me mira con inquina o la batidora tiene la antena en modo on, ante el inmediato "buenas tardes, cariño" de mi señora, yo me limito a contestar que "las palomas vuelan al amanecer". Por si acaso. Igual a mí no me apetece que los alemanes, Bosh, tengan por qué saber mi estado anímico. Ante mi respuesta, el microondas, casi siempre, mira ceñudo, con mala leche contenida, procurando no delatarse con un subidón de temperatura provocado por lo estéril de mi información. Mientras tanto, como si nada, mi mujer y yo nos comunicamos con pizarritas. Pero esto que les refiero, valga únicamente para la salvaguarda de la intimidad familiar. Respecto a la ideológica, este consejo me lo dio el ínclito Javier Muriel, sepan que, entre capítulo y capítulo de House of Cards me casco uno de Rex, el perro policía, para despistar al espía que, sin duda, otea desde la televisión. Las tendencias de programación son claramente definitorias de lo que es uno mismo, hay que custodiarlas. Al igual que los intentos de captación de muestras orgánicas. En estos casos, a fin de imposibilitar estas maniobras por parte del servicio secreto del Káiser, Teka, a veces voy a dar de vientre por la mañana y otras por la tarde, procurando no marcar frecuencia. Otras, simplemente, me limito a sentarme un rato sin hacer nada. Para despistar.