Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han acordado negociar un gobierno de cooperación, como parece lógico. Lo raro sería que dos socios en una cooperativa gubernamental no cooperasen el uno con el otro; aunque cosas más singulares se han visto. Sorprende, a lo sumo, que el líder de Unidas Podemos haya anunciado la apertura de una tanda de conversaciones «discretas», apenas cinco años después de que criticase ácidamente la costumbre de hacer política en los reservados de los restaurantes. Lejos de los ojos del pueblo, según decía. Otra cosa es que la cooperación incluya la entrada de Podemos en el futuro gobierno que pueda salir de esas conversaciones entre visillos. «¡Nos han hecho ministros!», proclamó en su día monseñor Escrivá de Balaguer cuando al general Franco no le quedó otra opción que modernizar financieramente su régimen mediante la incorporación al Gobierno de los tecnócratas del Opus Dei. También a Iglesias, que no es de la Obra, se le nota mucho -tal vez demasiado- el deseo de ejercer una cartera ministerial, aunque sea la de Cultura y Asuntos Tangenciales. No parece que Sánchez, más partidario de una fórmula de gobierno a la portuguesa, esté por la labor; pero todo podría suceder en estas negociaciones al amparo de los reservados. Al menos desde el punto de vista de la moda y las tendencias fashion sería interesante asistir a la entrada en los ministerios de un partido que desde su espectacular irrupción y posterior derrumbe ha basado su política en las formas. O más exactamente, en la informalidad. Más que las ideas, bastante arcaicas y sobadas por el tiempo, lo que caracterizó desde el principio a Podemos fue el machadiano desaliño indumentario de sus dirigentes. De los nuevos y jóvenes políticos se hacían lenguas los columnistas del ramo de la moda, fascinados por las coletas, las rastas, los vaqueros, las camisas de mercadillo, la pañoleta palestina y, en general, el deseo de hacer normal en las instituciones lo que ya lo era en la calle. Para tranquilidad de los más clásicos en cuestión de vestimenta, Iglesias sucumbió antes de lo previsto al discreto encanto de la burguesía con la compra de una casona que acaso le haya restado una buena porción de votos en las últimas elecciones. Puede que mucha de su clientela electoral llegase a la conclusión de que esas no son formas para un revolucionario, por más que siga vistiendo ropa informal. Se ignora, como es natural, lo que Iglesias y sus ministros harían en el caso de que Sánchez aceptase a disgusto la entrada de Podemos en un gobierno que ya no sería de cooperación, sino de coalición. Quizá el peso de la púrpura los inclinase a vestir traje, con o sin corbata, a imitación de su colega Alexis Tsipras, que no para de subir impuestos y rebajar pensiones a los griegos. Lo más probable, sin embargo, es que mantuviesen su fidelidad a la ropa de faena, siquiera sea por mantener la imagen de marca que desde sus comienzos distinguió al partido emblema de la nueva política. Ya que las revoluciones de antaño no caben en el estricto espacio ideológico de la Unión Europea, el ingreso en el Gobierno de Unidas Podemos obraría al menos una revolución de orden indumentario. Las formas importan más que las ideas, decía Wilde. Y hay formas y formas de llega r a ministro, que es de lo que se trata.